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Actualizado: 3 de junio de 2025
Por instinto adivinaba una maniobra ofensiva por parte de los enemigos de su prima. Amargamente vituperado por Clementina, que le acusaba de no haber vigilado suficientemente á Roussel, tenía empeño en tomar un desquite. Y su amor propio, su odio y su interés reunidos le impulsaban á seguir las huellas del solterón. La noche estaba oscura y serena.
Sí, sí dijo el rey, á quien parecían atragantársele las palabras, según se le enredaban las letras y aun las sílabas ; doña Clara, en efecto, vale mucho... ha podido suceder que personas ilustres hayan tenido... puede ser que... hayan caído en una tentación disculpable... porque... puede... sí... pero en fin... ¿y qué prenda era la que don Rodrigo suponía haber recibido de doña Clara? añadió el rey, saliendo bruscamente del discurso en que se había embrollado, porque le acusaba la conciencia.
De vez en cuando se dibujaba en su rostro una sonrisa sarcástica y dejaba escapar por la nariz un leve resoplido que acusaba la tensión de su espíritu, como el pito revela la tensión de la caldera de vapor.
Wetterhexe separó la maleza para dirigir una mirada hacia la ladera; luego volvió a sentarse cerca del fuego, y cerrando los flojos párpados, con la ancha boca contraída, que acusaba grandes arrugas circulares alrededor de sus mejillas, trajo hacia sí una vieja manta de lana y pareció amodorrarse.
Vivía retirado de la corte desde la muerte del rey, a quien había servido en la guerra de la Independencia. Había un poco de tibieza entre el marqués y su yerno, a quien el primero acusaba de condescender demasiado con las ideas del siglo.
Sentíase secretamente halagado de no deber sino a sí mismo la graciosa predilección de la viuda; se acusaba de sus injustas sospechas y, como para indemnizarla de ellas, esforzábase en mostrarse a su vez expansivo, amable, casi galante.
Su dulzura, cuando la mostrara, debía ser forzada; su ira, sincera: todo acusaba en él un carácter antes propio de la energía del luchar que para la complacencia del querer. Su alma, poseída de devoción sombría, debía sentir mejor el vehemente proselitismo de Pedro Arbúes que el dulce amor a Dios de Santa Teresa.
Á estas palabras, que Marenval decía por primera vez delante de aquella madre desolada, la señora de Freneuse se irguió, se puso encarnada y dijo con repentina vivacidad: Marenval ¿qué significa esto? Jamás ha estado usted tan afirmativo... Hay más; yo acusaba á usted de no participar de nuestra ardiente convicción.
Una sola cosa subsistía todavía a sus ojos: la necesidad de cumplir su deber por gratitud al señor Aubry. Esta idea lo mantenía fiel en su puesto. A menudo se reprochaba el dejarse vencer por un pesimismo peligroso. Ante su impotencia para encontrar la calma, la energía de su voluntad desamparada se acusaba de debilidad y de egoísmo; pero no podía dominar su tristeza creciente.
Su lenguaje era inesperado. ¿Qué decía aquel hombre? ¿Tenían realmente intención sus advertencias, o era que ella a sí misma se acusaba adaptando a la situación el sentido de cuanto hablaba el cura? Hubo un instante en que callaron ambos: él, por temor de ir más allá de lo prudente; ella, por no escuchar sin provocarlas cosas como las que acababa de oír.
Palabra del Dia
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