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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Paz, sin acertar a comprender cómo aquella mujer la hablaba de tal modo, repuso, echando a andar y con creciente aspereza. Quede Vd. con Dios.
Soy yo... ¿No me conoces? Asombrado Diógenes, miraba aquella extraña aparición sin acertar a decir palabra, e interrogaba con la vista, ora a la marquesa, ora a otro padre más joven que tras el viejo había entrado; este añadió: Soy el padre Mateu..., tu inspector del Colegio de Nobles... ¿Te acuerdas?...
Todo fué en vano, porque envenenados los bárbaros contra Jesucristo y su ley, sin hacer caso de nada, le apuntaron y dispararon un gran número de saetas á su cabeza, mas nunca pudieron acertar; antes bien veían manifiestamente que volvían atrás las flechas, como si una mano contraria las tirara; y una disparada con tal ímpetu que le hubiera pasado de parte á parte; pero al llegar la detuvo sin duda Dios, é hizo caer sin fuerza á los piés del Padre.
Le molestaba su apasionamiento por el muchacho, sin acertar á definir el motivo; tal vez por la indignación que inspiran las gentes aferradas á los errores nefastos, aceptándolos como verdades consoladoras. Lo cierto es que le molestaba la conducta de ella. Y esta repentina animadversión contra Alicia acabó por hacer que se fijase otra vez en lo que estaba diciendo.
Su inefable dulzura, la sumisión con que recibía los consejos y advertencias, le sedujo y le inquietó al mismo tiempo: le inquietó porque desconfiaba mucho de si mismo, temía no acertar a comprender los anhelos ardientes, las reconditeces sublimes de un ser superior a todos los que hasta entonces había conocido.
Rodriguín le vio sorprendido por los sicarios al salir de su celda. Espantado el jesuita ante el horrendo aspecto de la multitud, permaneció un instante perplejo o inmóvil sin acertar a huir, ni a defenderse, ni siquiera a traducir su terror en palabras. La plebe aprovechó aquel momento. Fue devorado en un soplo como seca arista en el fuego. Rodriguín bajó la escalera. Su temor le daba alas.
Una criada toda azorada retira el capón en el plato de su salsa; al pasar sobre mí hace una pequeña inclinación, y una lluvia maléfica de grasa desciende, como el rocío sobre los prados, á dejar eternas huellas en mi pantalón color de perla; la angustia y el aturdimiento de la criada no conocen término; retírase atolondrada sin acertar con las excusas; al volverse tropieza con el criado, que traía una docena de platos limpios y una salvilla con las copas para los vinos generosos, y toda aquella máquina viene al suelo con el más horroroso estruendo y confusión. ¡Por San Pedro! exclama dando una voz Braulio, difundida ya sobre sus facciones una palidez mortal, al paso que brota fuego el rostro de su esposa.
La gente popular, unos impacientes y otros con sobrada cólera, otros no bien intencionados, prorrumpían en melancólico y desordenado motivo que cada uno fabricaba diversas especies sin acertar con el principal por discurrir y no bien en todos.
De pronto sonó ruido de cascabeles y trallazos, y ambas mujeres vieron venir por la carretera un coche de colleras tirado por cuatro mulas y envuelto en una nube de polvo. Pocos minutos después el coche se detenía, y el amante esperado se apeaba solo, ligero y ágil, saltando como un muchacho. Felisa, sin acertar a creer lo que veía, gritó a su compañero: ¡Es él! ¡Solo! ¡Sin vendas ni trapos!
Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no vio la hora don Quijote de verse a caballo y salir buscando las aventuras; y, ensillando luego a Rocinante, subió en él, y, abrazando a su huésped, le dijo cosas tan estrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a referirlas.
Palabra del Dia
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