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Con esto, acelerando yo la marcha, llegué antes de salir el sol á las tolderias, que rodeamos y asaltamos con la mayor presteza: pero sin embargo, nos habian sentido los indios y empezaron á querer huir por la barranca del rio, ocultándose entre sus peñascos; sin dejar muchos de ellos de hacer frente: por lo que fué preciso hacer fuego, que no fué mi primera intencion, siempre que no fuese preciso.

Una noche, a fines de Abril, Rafael se detuvo en la puerta de su cuarto con el mismo temor que si fuese a entrar en un horno. Estremecíase al pensar en la noche que le esperaba. La ciudad entera parecía desfallecer en aquel ambiente cargado de perfume. Era un latigazo de la Primavera, acelerando con su excitación la vida, dando mayor potencia a los sentidos.

Después, levantándose, le propuso que «hiciesen el remolino». Borrén no quería, ni a tres tirones; pero la Comadreja le asió de las manos, estribó en las puntas de los pies, muy juntas y arrimadas a las de su pareja, y echando el cuerpo atrás y dejando caer la cabeza hacia la espalda, empezó a girar, con gran lentitud al principio; poco a poco fue acelerando el volteo, hasta imprimirle vertiginosa rapidez.

Cuando Krilov salía ya, oyó al portero despedirle con estas palabras: ¡Atajo de gandules! «¡Canallacontestó mentalmente Krilov, acelerando el paso y buscando con la vista un coche. ¡En seguida, a casa! De pronto recordó que tenía su diario, y que en tal diario había escrito en cierta ocasión hacía mucho tiempo, cuando era aún estudiante algo muy radical, atrevido y bello.

Como detalle curioso relacionado con el conocimiento de la época merece saberse que el caballero holandés Aarsens de Somerdyck, que vino poco tiempo después a España, cuenta la causa de la enfermedad diciendo que don Pedro de Aragón, gentil hombre de la cámara de S. A., le dejó pasar una noche con una ramera, de lo cual se le originó gran debilidad y fiebre: los médicos, ignorantes del origen de la dolencia, le sangraron, acelerando la muerte; y don Pedro, por consentir el exceso o no revelarlo oportunamente, cayó en desgracia, aunque era cuñado del privado, castigándosele con no volver a la corte y obligándosele a vivir en un extremo de la ciudad sin que se le permitiera hacer ni recibir visitas con ostentación . Como los naturales de otras naciones que vienen a viajar por la nuestra para escribir luego sus impresiones y aventuras no suelen distinguirse por prudentes y veraces, sino pecar por descuidados y embusteros, pudiera ser que el Príncipe no muriese de lo que el holandés refiere.

Abandonaban casa y familia para hacer una vida de campamento, encorvados ante la piedra roja, arañándola de sol á sol con un desgaste de fuerzas que no era suplido por la alimentación, acelerando día por día la ruina de su organismo; y este sacrificio obscuro y penoso, era para sostener un derecho de propiedad ridículo sobre cuatro terrones infecundos, para mantener con gotas de sangre y pedazos de vida la pompa exterior de que se rodea el Estado.

El buque alemán pasó entre ellos empequeñecido, humillado, acelerando su marcha. «Cualquiera diría pensó el joven que tiene la conciencia inquieta y desea ponerse en salvoCerca de él, un pasajero sudamericano bromeaba con un alemán. «¡Si la guerra se hubiese declarado ya entre ellos y ustedes!... ¡Si nos hiciesen prisionerosDespués de mediodía entraron en la rada de Sóuthampton.

En todas partes guardias que les miraban con ojos vagos, como si aún no estuvieran despiertos; labradores que, con la mano en el ronzal, guiaban su carro de verduras, esparciendo en las calles la fresca fragancia de los campos; viejas arrebujadas en su mantilla, acelerando el paso como espoleadas por los esquilones que volteaban en las iglesias próximas; gente, en fin, que al verles metidos en el negocio, chillaría o se apresuraría a separarles. ¡Qué escándalo! ¿Es que dos hombres de bien no podían pegarse con tranquilidad en toda una Valencia?

La joven se detenía de tiempo en tiempo en su rápida y ligera ascensión para mirar si la seguía, y un poco jadeante de su carrera me sonreía sin hablar. Llegado que hubimos al desnudo arenal que formaba la meseta, observé á alguna distancia una iglesia de aldea cuyo campanario dibujaba en el cielo sus vivos contornos. Aquí es me dijo la joven conductora, acelerando el paso.

Corrió el toro, sorprendido del ataque, acelerando su fuga, como si con ésta pudiera librarse del tormento, hasta que de pronto comenzaron a estallar en su cuello secas detonaciones semejantes a tiros de fusil, volando en torno de sus ojos las encendidas pavesas de papel.