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Actualizado: 15 de junio de 2025
El pobre labrador ni se fijó en los miles de reales á que subía su deuda con los dichosos réditos: tan turbado y confuso le dejó la orden de abandonar sus tierras. La debilidad, el desgaste interior producido por la abrumadora lucha de varios años, se manifestó repentinamente.
Cada hora engendraba una novedad las más de las veces falsa , que removía la opinión con rudo vaivén. Tan pronto el peligro de la guerra aparecía conjurado, como circulaba la voz de que la movilización iba á ordenarse dentro de unos minutos. Veinticuatro horas representaban las inquietudes, la ansiedad, el desgaste nervioso de un año normal.
Por fin el desgaste nervioso hubo de rendirle, y se quedó quieto en el sofá, con una pierna sobre la mesa, la otra en una silla, la cabeza debajo de un cojín, y los brazos extendidos en cruz. Una mano daba contra el suelo, y tenía la otra metida debajo del cuerpo, dando al brazo una vuelta que parecía inverosímil.
Ahora todo parecía sucio, con la pátina del uso sin medida, con el desgaste de un inevitable abandono: las ruedas estaban deformadas exteriormente por el barro, el metal obscurecido por los vapores de la explosión, la pintura gris manchada por el musgo de la humedad.
Al cerrar la noche fueron botellas cubiertas por el polvo de muchos años lo que entregó á los hombres que le parecían débiles. Así como la columna desfilaba iba ofreciendo un aspecto más triste de cansancio y desgaste. Pasaban los rezagados, arrastrando con desaliento los pies en carne viva dentro de sus zapatos.
Se sintió fatigado de las empresas sensuales, que parecían ser la única finalidad de su existencia. Aquel vigor siempre fresco y renovado que asombraba á Castro se derrumbó de pronto. Pero esto obedecía á una preocupación, más que al desgaste físico. Se consideraba pobre, y él estaba acostumbrado á pagar regiamente sus amores.
Abandonaban casa y familia para hacer una vida de campamento, encorvados ante la piedra roja, arañándola de sol á sol con un desgaste de fuerzas que no era suplido por la alimentación, acelerando día por día la ruina de su organismo; y este sacrificio obscuro y penoso, era para sostener un derecho de propiedad ridículo sobre cuatro terrones infecundos, para mantener con gotas de sangre y pedazos de vida la pompa exterior de que se rodea el Estado.
En lo futuro, el hombre moriría por el desgaste de su máquina, sin conocer el sufrimiento. Montenegro, escuchando a su maestro, evocaba uno de los recuerdos de su juventud, una de las paradojas más famosas de don Fernando, antes de que éste fuera al presidio y él partiese para Londres.
Pues a pesar de tanta fama, la fuerza del tiempo, el desgaste de la admiración, habían echado sobre la celebridad de don Romualdo una capa espesa de indiferencia pública; bien conocía él que sus paisanos, sin poner un momento en duda su grandeza, se habían cansado de admirarle; sobrellevaba estas contrariedades ineludibles con una melancolía filosófica y taciturna; seguía tocando con el esmero de siempre, aunque ya en vano.
Esto es el diluvio universal, el fin del mundo repuso el viejo. ¡Ojalá! exclamó un joven pálido, ojeroso, que acusaba en su semblante el desgaste precoz de sus fuerzas.
Palabra del Dia
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