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Hasta aquí se arregla para llevarnos las cosas, ya que no hay cuartos. Son transacciones lícitas, negocios de buena ley. ¿Quién vos tiene la culpa de ser perros y gandules? Varias voces: Engaños. A llevóme una camisa. A unos brodequines. A los pañuelos. Y pecunia también la esconde, señor franchute. Tiene gato. Tiene gato encerrado. Yo bien donde se acobija.

No hay quien te toque... Y si vinieran por una casualiá los siviles, yo me pongo a tu lao, agarro una garrocha y no dejamos vivo a uno de esos gandules. ¡Y poco que me gustaría haserme caballista der monte!... Siempre me ha tirao eso. ¡Potaje! dijo el espada desde el extremo de la mesa, temiendo la locuacidad del picador y su vecindad con las botellas.

Comerás las sobras de la mesa. Eres un roío gandul, un roío holgazán, un roío bergante, y acabarás en presidio. Como usted dijo Mariano con descaro. ¡Roer!, no te me subas a las barbas, porque de un roío puntapié vas a parar a Flandes. Yo soy una persona decente. Los holgazanes y gandules me cargan, ¡taco!

Huyó Benina de un brinco, viendo cerca de las patas traseras de un grandísimo burro, que dos gandules apaleaban, como para conocerle las mañas y proveer a su educación asnal y gitanesca, y se fue hacia las casas que le indicó con un gesto el de la perfecta dentadura. Arranca de la explanada un camino o calle tortuosa en dirección a la puente segoviana.

Pero ese Ministerio es un club exclamaba la señora, allí se fuma, se charla, se toma te, se reciben visitas; seguro que todo el trabajo pesa sobre ti, que eres un infelizote, y hasta ahora el ministro no te ha aumentado un centavo; en cambio hay otros gandules que ganan tres y cuatro veces más.

Cuando Krilov salía ya, oyó al portero despedirle con estas palabras: ¡Atajo de gandules! «¡Canallacontestó mentalmente Krilov, acelerando el paso y buscando con la vista un coche. ¡En seguida, a casa! De pronto recordó que tenía su diario, y que en tal diario había escrito en cierta ocasión hacía mucho tiempo, cuando era aún estudiante algo muy radical, atrevido y bello.

Alfonsito tenía pasión por los carros de mudanza. Ver uno de estos en la calle era su mayor delicia. Todo le entusiasmaba, los forzudos caballos, aquel cajón donde iba una casa, los espejos colgados debajo, y por último, aquellos gandules de blusa azul que iban sentados arriba, dormitando al lento vaivén de la máquina.