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Actualizado: 26 de mayo de 2025


»Y ¿a dónde íbamos los dos por la florida senda en que acabábamos de encontramos como dos pastores de un idilio algo realista? Ni él me lo había dicho, ni yo se lo había preguntado, ni, en honor de la verdad y de la buena casta de mi ardoroso sentimiento, por no decir amor, se me ocurrió semejante pregunta.

Le ordenamos a nuestro conductor que se volviera a esperarnos en la pequeña posada, o bodegón, que había junto al camino y por delante del cual acabábamos de pasar; y para evitar que nos observara de lejos, porque sabíamos que trataría de espiar furtivamente nuestros movimientos, nos vimos obligados, en vista de no haber una senda, a dar una vuelta por el centro de un bosquecillo, saliendo de nuevo a la orilla del río un poco más arriba.

Y le referí atropelladamente lo que acabábamos de oír. ¡Vamos, hombre! ¡No puede ser! Estáis soñando. Vamos allá, y verás como no hay nada. ¡No! ¡No vayamos! , dijo resueltamente, y emprendimos la marcha, él por delante. Al llegar a mi dormitorio y penetrar en él, reinaba el mayor silencio. ¿Lo ves? dijo mi amigo.

Apenas se les pasó el miedo, regalaron la escultura a unos amigos que tenían oratorio; hubo función con órgano, gastose mucha cera y quedaron tranquilos. Acabábamos de cenar Elvira y yo en un gabinetito de una fonda donde le gustaba que la llevase a tomar mariscos y vino blanco.

»Después de esta escena fuimos los dos al cuarto de Magdalena, que nos recibió alegre y sonriente. ¡Estaba bien lejos de imaginarse que nosotros la considerábamos ya desde entonces como un cadáver, pues acabábamos de oír su sentencia de muerte!» «Anoche, Antoñita, tenía que velar su tío; pero, aunque a no me tocaba hacerlo, no pude conciliar el sueño ni por un instante.

Aquello era más melancólico que las ruinas del otro gran convento hacinadas entre la hiedra. Una celda habitable y deshabitada representa, en efecto, algo más funesto y pavoroso que la destrucción. Los pedazos de mármol que acabábamos de ver parecían tumbas cerradas: las celdas del noviciado eran como lechos mortuorios ó ataúdes vacíos, de donde acababan de sacar los cadáveres.

¡Calma, barón! exclamó Su Alteza. No busquéis querella al señor Roberto Briquet, que tanta culpa tiene él como todos nosotros. La verdad es que cuando entrasteis acabábamos de oir, y yo con enojo, noticias de las fechorías cometidas por esa misma Guardia Blanca, tales y tántas que juré ahorcar al capitán de esa compañía. Lejos estaba yo de hallarlo entre los más valientes y escogidos de mis jefes.

Ya estábamos á media legua del fin de nuestro viaje de inauguración: acabábamos de entrar en el Valle de Buelna, de regreso de Santander: sólo nos faltaban cuatro minutos de marcha por la llanura, para estrechar la mano á los que nos aguardaban ansiosos, con las botellas de Champagne á medio abrir, y celebrar la apertura de esta sección de la vía férrea..... Pasábamos sobre el último terraplén también el último, por haberse concluído aquella misma mañana.

La en que acabábamos de entrar y las adyacentes eran angostas y torcidas, como anteriores al uso de los coches urbanos: blasones nobiliarios y portadas artísticas de la Edad Media adornaban sus ruinosas casas, y un silencio de muerte servía allí de melancólico acompañante á la romántica soledad. Ni una sola tienda profanaba aquellos portales. No se veía alma viviente ni en rejas ni en balcones.

Acabábamos de cenar las dos y te estaba esperando, cuando llamaron á la puerta. Es Jacobo, exclamé, habrá olvidado su llave. Espera: voy á abrir. Fui al vestíbulo y pregunté á través de la puerta: ¿Eres , Jacobo? Pero la voz de Sorege me respondió: No, soy yo. Necesito decir á usted una palabra. Me voy en seguida. Tuve intenciones de despedirle, pero la presencia de Juana me tranquilizó.

Palabra del Dia

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