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Actualizado: 21 de mayo de 2025


El sol abandonaba la mar espumosa y ascendía por la bóveda del firmamento cuando Velázquez despertó de su sueño. Iba á llamar á Soledad para que le trajese una camisa, pero recordó súbito lo que había pasado y sintió un leve vuelco en el corazón. Alzóse del lecho y se vistió lentamente malhumorado y taciturno.

Allí estaba su cuñado, admirándose a mismo antes de ir a la plaza, satisfecho de un terno de calle del espada que se había arreglado a su medida antes de que lo usase el dueño. Con ser un ridículo charlatán, valía más que toda la familia. Este no le abandonaba nunca. Vas más hermoso que er propio Roger de Flor le dijo el espada alegremente . Sube al coche y te yevaré a la plaza.

El hilo eléctrico pobló el silencio de la habitación con las palpitaciones de su vida misteriosa. El amable jefe ya no se ocupaba de sus personas. Lo adivinaron á sus espaldas ante la boca de un teléfono, conversando con sus oficiales á varios kilómetros de distancia. El héroe dulzón y bienhablado no abandonaba un momento su retorcida cortesía.

El bizarro joven no abandonaba aquella sonrisa de ironía maliciosa. Guardó silencio un instante, y dijo al cabo: ¿Sabe usted, tía, qué nombre damos entre nosotros al casarse de este modo? ¿Cómo? Tomar estiércol. La marquesa sonrió con el borde de los labios; pero poniéndose grave en seguida, replicó: No; aquí no se puede decir eso, Pepe. Te repito que esa niña merece un partido brillante.

¿Es verdad que a usted... que a usted...? El director buscaba palabras. ...¿Que a usted le gustan las negras? ¡, excelentísimo señor! El director miró con ojos asombrados a Kotelnikov, y preguntó: Pero vamos... ¿por qué le gustan a usted? ¡Ni yo mismo lo , excelentísimo señor! Kotelnikov sintió de pronto que el valor le abandonaba. ¿Cómo? ¿No lo sabe usted? ¿Quién va a saberlo, pues?

Tampoco buscó las aclaraciones de Beatriz, quien por completo entregada a su delirante pasión, mostróse casi indiferente a la dura afrenta que argüía tal silencio. En cuanto a Fabrice, admitió fácilmente que Pedro abandonaba un viaje hacia el cual nunca lo viera muy inclinado.

Durante más de cien años, padres é hijos buscaron su ocupación en el mar: en cada generación había un capitán de buque encanecido en el oficio, que abandonaba el alcázar del barco y se retiraba al antiguo hogar de la familia, mientras un muchacho de catorce años ocupaba el puesto hereditario junto al mástil, afrontando la ola salobre y la tormenta que ya habían azotado á su padre y á su abuelo.

Fatigado por su trabajo de la mañana, mecido por el rodar del carruaje, se abandonaba a una soñolienta contemplación en que las imágenes percibidas despertaban en su espíritu vagos recuerdos.

Don Martín tenía a su madre enferma y no abandonaba el convento. El Vara de plata estaba satisfecho de Luna viéndolo solo. Creía que era él quien había repelido a los discípulos, cortando de este modo sus peligrosas conversaciones, para restablecer el buen orden en el claustro.

Yo sentí oprimírseme el corazón, y cuando llegué a la calle, dos lágrimas, que me parecieron de sangre, brotaron de mis ojos y me corrieron por el rostro. Pocos meses después abandonaba el colegio donde había pasado años tan tristes. Martín, que ya había salido también, estaba con su familia en el campo y no pude por consiguiente despedirme de Valentina.

Palabra del Dia

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