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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Recordaba con amargura los breves instantes que había pasado junto a ella; creía verla ante sus ojos, llena de encantos y de cariño hacia él... ¡Y este bien, que le había pertenecido, habíalo él despreciado! No conoció el valor que tenía hasta que lo perdió para siempre. Recorría sin cesar todos los lugares en que la había visto. No abandonaba un momento la Opera.

Decíale los coloquios diarios de aquella santa mujer con el Señor, y cómo, en medio de la oración, el aliento celestial la tocaba de pronto, levantando su cuerpo a varios palmos del suelo. Aquellas cosas eran contadas por la madre con un acento estremecido que derramaba en la noche como sagrado y temeroso aroma de santidad. Durante la mayor parte del día se le abandonaba a su albedrío.

¡Y el poseedor de los jardines famosos de Villa-Sirena los abandonaba para irse á una población de la que huían los otros!... Lubimoff se acordó del hermoso plan de vida elaborado meses antes: una comunidad de laicos encerrada en este rincón paradisíaco; música, astronomía, agradables conversaciones, trabajos higiénicos.

Por primera vez sentía disgusto pensando en cómo deshacerse de una mujer, no porque estuviera realmente enamorado, aunque Cristeta le gustaba sobremanera, sino por lástima. Tenía la costumbre de gozar las conquistas y renunciar a ellas con indiferencia, sin pensar poco ni mucho en cuál fuese luego la suerte de la que abandonaba.

La muchacha sentía el trastorno de sus entrañas en forma de náuseas, vahídos y crisis de nervios, y Maltrana, con su egoísmo de hombre superior, abandonaba la casa, en busca del placentero trato de los amigos. El estado anormal de Feli coincidió con un suceso que hizo temer a Isidro por la vida de la muchacha. Una mañana se presentó el señor Manolo el Federal.

Pasaba el día pensando en su Tónica; abandonaba la tienda a las horas en que aquélla tenía que salir por algún encargo de sus parroquianas, y por la calle iba al lado de ella, orgulloso como un triunfador, temiendo que le viera la mamá y deseando al mismo tiempo encontrarse con sus hermanas, para que éstas aprendiesen «a distinguir» y no le tuvieran por un pazguato incapaz de tener novia.

Salía de ella tan pronto como despertaba y abandonaba la ciudad, que le parecía una cárcel. Al campo; y en el campo la casa azul donde ella vivía. ¡Con qué impaciencia esperaba la llegada de la tarde, la hora en que por una tácita costumbre, que ninguno de los dos marcó, podía él entrar en el huerto y encontrarla en su banco bajo las palmeras!... No podía vivir así.

Pero en vano esperaban algunos que avanzase una puesta, imaginándose que sólo podía jugar cantidades enormes. Sus ojos parecían ver detrás de él, y apenas la duquesa de Delille abandonaba su asiento para trasladarse á otra mesa, el príncipe le salía al paso con la mano tendida y una sonrisa juvenil.

Su protector había muerto, Salvatierra andaba por el mundo y su compadre Paco el de Algar le abandonaba para siempre, muriendo de un enfriamiento allá en un cortijo del riñón de la sierra. También el compadre había mejorado de suerte, aunque sin llegar a la buena fortuna del señor Fermín.

Por otra parte, era feliz, muy feliz, y se abandonaba a la felicidad sin tratar de analizarla. ¡Había habido tan pocos días floridos en el jardín de su severa juventud! Íbanse a la ventura, sin más guía que un mapa de Estado Mayor, y caían a veces en una ruidosa fiesta de pueblo o entre los empujones y el polvo de un mercado de ganados.

Palabra del Dia

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