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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Y el capitán abandonaba su despacho que, por lo desarreglado y pobre, parecía un cuarto de marinería, sin más adornos que una mesa vieja, algunas sillas, un botijo en un rincón y algunas fotografías de buques en las paredes. Parecía imposible que allí se hablase de negocios que importaban millones.

Los grandes hombres tienen el medio de no ser envidiosos; gracias a su generosidad, el doctor Le Bris hizo su reputación en cinco o seis años. Aquí se le apreciaba como sabio, allá como bailarín, y en todas partes como hombre simpático y bueno. Ignoraba los primeros elementos de la charlatanería, hablaba muy poco de sus éxitos y abandonaba a sus enfermos el cuidado de decir que los había curado.

Si fuese casado, si dejara tras su fuga una mujer que llorase su traición, hijos que le llamaran en vano, aún comprendería aquella resistencia; la repugnancia de un corazón bueno que no quiere que su amor deje tras la maldición de una familia dispersa. Pero ¿a quién abandonaba en su fuga? A su madre nada más, que se consolaría al poco tiempo sabiendo que estaba sano y era feliz.

Pero no lo habíamos previsto todo: no habíamos previsto que Dupont, muy receloso de aquella ilusoria ocupación de la sierra por los insurgentes, había levantado su campo en la misma noche, y silenciosamente, sofocando los ruidos de su tropa, abandonaba la funesta y para ellos maldita ciudad de Andújar. Cerca de la madrugada, nuestros jefes disponían las columnas para la marcha.

Ella abandonaba su cabeza en uno de sus hombros, se apelotonaba, como si implorase su dominación; pero siempre al aire libre. Apenas intentaba carruaje, madama le repelía vigorosamente. Una dualidad contradictoria parecía inspirar sus actos. Todas las mañanas despertaba dispuesta al vencimiento final.

Juan se mostraba dócil, aprovechaba las lecciones, los consejos, y ponía tanto celo en sus estudios como en el trabajo de operario. La fábrica fue bien pronto la única ocupación personal de Juan: no la abandonaba sino para concurrir a los cursos de la noche.

Nombró o hizo nombrar por gobernador a un español vulgar, un Blanco, y con él principió el nuevo orden de cosas que debía realizar el bello ideal del gobierno que había concebido; porque Quiroga en su larga carrera, en los diversos pueblos que ha conquistado, jamás se ha encargado del gobierno organizado, que abandonaba siempre a otros.

A principios de julio entró Gabriel en la vigilancia nocturna de la catedral. Bajaba a la caída de la tarde al claustro, y en la puerta del Mollete uníase al otro vigilante, un hombre de aspecto enfermizo, que tosía tanto como Luna y no abandonaba la manta en pleno verano. ¡Vaya, al encierro! decía el campanero, agitando sus llaves.

Una sorda inquietud la molestaba hacía un momento; cómo sería interpretada su ausencia á la cita dada por Roussel. Porque era seguro que no podría ya pasearse por el parque. ¿Y qué pensaría Mauricio? ¿Supondría que le abandonaba? ¡No! eso era imposible. Pensaría que había sido vigilada, detenida.

Otras veces le daba al viejo por vigilarla, y le prohibía asomarse al balcón y abrir la puerta, es decir, la abandonaba ó la martirizaba, según el estado de aquel espíritu perturbador y cruel. Clara se puso mala; se iba agostando con lentitud como el clavel que crecía difícilmente en el patio de la escuela.

Palabra del Dia

bagani

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