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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Había que aprovechar una conmemoración histórica, porque en tal fecha la mayor parte del vecindario abandonaba sus viviendas para visitar cierto templo de las inmediaciones. Era el glorioso aniversario de la invención de los rayos negros, considerada como el origen de la Verdadera Revolución.
No sea loco, Ulises... Eso no será nunca... ¡nunca! Y súbitamente engrandecida al alejarse, entró en la estación con paso altanero, sin volver la cabeza, sin preocuparse de si Ferragut la seguía ó la abandonaba. Durante la larga espera y el descenso á la ciudad, Freya se mostró irónica y frívola, como si no guardase ya memoria de su reciente indignación.
Al sentirse fatigado de aventuras y glorias, desceñíase la tizona, abandonaba el corselete y se cubría con el hábito de fraile. Otras veces, en plena juventud, bastaba un revés de fortuna, un desengaño de amor, para que el capitán fastuoso y cruel se convirtiese en ermitaño del desierto, alimentándose de raíces frente a una calavera y una cruz de palo.
Sin embargo, puso a un lado los bizcochos y se sentó distraídamente triste e inconsciente del bien que pudieran hacerle los bizcochos, las letras y hasta la bondad de Dolly. ¡Ah! Si hay un bien en algo, lo necesitamos repitió Dolly, que no abandonaba fácilmente una frase útil.
Quedábase el tabernero entre barreras durante la corrida, animando al espada con su presencia y con los ademanes de un grueso garrote que no le abandonaba nunca. Cuando el muchacho descansaba junto a la valla, veía aparecer como un fantasma de terror la cara mofletuda y roja de su padre y la cabeza del grueso palo.
Mi madre nos ha declarado sus esfallecimientos, pero yo no he participado de ellos, sépalo usted. Cuando todo el mundo abandonaba á mi desgraciado hermano, yo, en toda conciencia, he permanecido fiel á su causa. He buscado y busco aún el medio de explicar este misterio impenetrable. Puede usted, pues, hablar; me encontrará preparada á escucharle y á comprenderle.
Hoy se pagan los barcos como si fuesen de oro. Ulises levantó los hombros. No pensaba en el dinero: ¿de qué podía servirle?... El resto de su vida deseaba pasarlo en el mar, dando ayuda á los enemigos de sus enemigos. Tenía una venganza que cumplir; viviendo en tierra abandonaba esta venganza y sentiría con más intensidad el recuerdo de su hijo. El segundo calló unos instantes.
La pobre Clara sentía el corazón apretado cuando su marido por ir a gozar la compañía de sus amigos la obligaba a levantarse de aquel asiento donde el amor la clavaba. ¡Si supiera que aquellos amigos por quienes la abandonaba le aborrecían cordialmente como se aborrecían entre sí y estaban siempre aparejados para inferirle todo el mal que pudieran!
O bien: «Me han dicho que no has sabido la lección de catecismo. Te vas haciendo muy holgazana. Cuidado que seas buena, porque si no, te encierro en la cueva de los ratones.» Antes se ocupaba ella en tomarle las lecciones, en ponerle la aguja en la mano y guiar sus diminutos dedos. Ahora abandonaba casi siempre esta tarea a las doncellas.
En la plaza de la Constitución vio a don Eugenio, que miraba de lejos el milacre, apoyado en el viejo bastón y mostrando su carita de pascua por el embozo de su capa azul, que no abandonaba hasta bien entrado el verano. El pobre señor acogió a Juanito con una sonrisa de gozo. ¡Hombre, cuánto me alegro de verte...! Tú no tendrás quehacer, ¿verdad?
Palabra del Dia
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