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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Y todo aquello Luisa lo abandonaba sin pena, pensando sólo en los bosques, en los senderos cubiertos de nieve, en las montañas que se perdían de vista desde la aldea hasta Suiza y más lejos aún. ¡Ah! El maestro Juan Claudio tenía razón al exclamar: ¡Heimatshlos, heimatshlos! La golondrina no puede domesticarse; necesita el aire libre, el cielo inmenso, el movimiento incesante.

Pero la madre no abandonaba la idea, o al menos, acariciándola en su mente, con ella se consolaba de tantas desdichas. De la noche a la mañana, viviendo la familia en la calle del Olmo, se iniciaron, sin saber cómo, no qué relaciones telegráficas entre Obdulia y un chico de enfrente, cuyo padre administraba una empresa de servicios fúnebres.

Avisé a Cádiz, diciendo que me encontraba enfermo y que abandonaba mi cargo de capitán de la fragata, y esperé los acontecimientos. Mi madre encontraba que dejar la derrota de Cádiz a Filipinas para ir a Liverpool era bajar de categoría; pero a mi no me han preocupado gran cosa las categorías.

Empezó por hacerse excesivamente devota, y tal era su mojigatería, que abandonaba á su marido y su casa para pasarse todo el santo día entre monjas, padres graves, cofrades, penitentes, sin ocuparse más que de rosarios, escapularios, letanías, horas, antífona y cabildeos.

Ese muchacho tan altivo, tan turbulento, era casi otro, porque su arrogancia había desaparecido; se había hecho taciturno, reconcentrado en mismo, obedecía al pie de la letra las órdenes de su padre, evitaba toda vez que podía las miradas de sus condiscípulos. El cariño que profesaba a su desgraciado hermano era verdaderamente conmovedor. Estando en la casa, no lo abandonaba ni un instante.

A Lewis no lo abandonaba para comprar tabaco; pero los libros recién adquiridos hablaban de un narcótico empleado en Asia que hacía ver el porvenir, de una gitana de Granada que podía matar á las personas con solo el deseo y unas palabras misteriosas, y allá se iba, bajo la fe de anónimos autores que nunca habían salido de París.

Mas no por eso abandonaba a Nieves. El gallardo mancebo adivinaba que el amor propio excitado por la competencia, haría más en su favor que las mismas ventajas personales de que estaba dotado. Esta perspicacia era innata en él. Se había manifestado claramente desde que había enamorado a la primera mujer. Lo cual es un argumento más para los que creen en la preexistencia del ser humano.

La sensación de un poder enorme, de una fuerza infinita y de una gran nobleza no le abandonaba jamás. Con este motivo ponía en su modo de tratar a la gente una benevolencia de gran señor, y rara vez era con ella severo y arrogante. Sucedía esto cuando le llamaban «Egor», en lugar de «Georgi», como él quería que le llamasen.

A las once y media de la mañana abandonaba al nieto, y calándose un sombrero de copa, de seda negra en invierno y de castor en verano, salía a dar un paseo por las calles de Palma, siempre por igual sitio e idénticas aceras, lo mismo cuando llovía que cuando abrasaba el sol, insensible al frío y al calor, puesto de levita en todo tiempo, siguiendo su marcha con la regularidad de los autómatas de reloj, que aparecen, caminan y se ocultan al sonar ciertas horas.

Hombres desnudos, sin aparato alguno, conteniendo su respiración, descendían á la profundidad, como en los tiempos primitivos, para arrancar estos tesoros. El médico abandonaba su descripción geográfica. Le atraía más la historia de su mar, que había sido la historia de la civilización.

Palabra del Dia

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