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Una tarde, al asomar María de la Luz a la puerta de su casa, creyó caer al suelo desvanecida. Le temblaron las piernas, le zumbaron los oídos; toda su sangre pareció afluir a su rostro en ardiente oleada y retirarse después, dejándolo de una palidez verdosa... Rafael estaba allí, envuelto en su manta, como si la esperase. Ella intentó huir, refugiarse en lo más apartado de la casucha.

El pobre hombre palideció, sus oidos le zumbaron, una nube roja se interpuso delante de sus ojos ¡y en ella vió á su mujer y á su hija, pálidas, demacradas, agonizando, víctimas de fiebres intermitentes!

Vamos, usted se ha figurado que porque yo he aceptado su ayuda para salir del convento quedaba comprometida a adorarle, ¿no es cierto? Una ola de sangre subió a mis mejillas. Los oídos me zumbaron. Comprendí, de repente, que había estado haciendo el tonto de un modo lamentable, que aquella muchacha se había burlado despiadadamente de .

Cuando las noticias llegaron á la cabaña donde vivían la pobre Julî y su abuelo, la joven tuvo necesidad de que se lo repitieran dos veces. Miró á hermana Balî que era quien se lo decía, como sin comprenderla, sin poder coordinar las ideas; le zumbaron los oidos, sintió opresion en el corazon y tuvo como un vago presentimiento de que aquel suceso iba á influir desastrosamente en su porvenir.

Antes que ella quisiera, Ana sintió sus dedos entre los del enemigo tentador... debajo de la piel fina del guante la sensación fue más suave, más corrosiva. Ana la sintió llegar como una corriente fría y vibrante a sus entrañas, más abajo del pecho. Le zumbaron los oídos, el baile se transformó de repente para ella en una fiesta nueva, desconocida, de irresistible belleza, de diabólica seducción.

Ya no vio más su cara de fina palidez; sólo distinguió el brillo de sus ojos envueltos en blancas neblinas, como se ve el resplandor del sol en un amanecer tempestuoso. Le zumbaron cruelmente las sienes; su mirada se enturbió.

Los oídos le zumbaron con un glu-glu inmenso mientras su cuerpo daba cabriolas en la obscuridad. Su cerebro confuso imaginó que se había abierto un agujero infinito en el fondo del mar, que todas las aguas de los océanos se escapaban por él formando un gigantesco remolino, y que él volteaba en el centro de esta tempestad giratoria. «Voy á morir... ¡Ya he muerto!», decía su pensamiento.

Una niebla blanca se extendió ante sus ojos; le zumbaron los oídos... Pero cuando creía sentir cerca de él a su contrario, la niebla se deshizo, volvió a ver la luz tranquila y azul de la noche, y a pocos pasos, tendido igualmente en el suelo, un cuerpo que se revolvía, que se arqueaba, arañando la tierra, lanzando un ronquido angustioso, un hipo de muerte.

A me zumbaron los oídos, y no pude saber lo que el hombre contestó; sin embargo, me di cuenta, así en general no más, de que ya no podría extasiarme a la sombra de los espinillos florecidos viendo cómo las lagartijas se correteaban sobre la cresta de los hormigueros, haciendo relampaguear sus armaduras brillantes, ni pasarme las horas muertas, escuchando el contrapunto de las calandrias y de los zorzales, estimulados por el lamento de los boyeros parados al borde de sus nidos, colgados allá en la extremidad de los gajos más altos y flexibles de los molles y coronillos .

Tonta, tonta decía otra voz más suave desde una ventana del primer piso no le creas; si no se ha visto nada... si estaba yo más abajo y no vi nada.... Esta voz era la de Ana Ozores. Al Magistral le zumbaron los oídos... y entró en el patio.