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Visitole por orden de su Magestad don Alfonso Pérez de Guzmán el Bueno, Arzobispo de Tiro, Patriarca de las Indias; hízole una larga platica para su consuelo espiritual; y el Viernes 6 de Agosto, año del Nacimiento del Salvador 1660 día de la Transfiguración del Señor, habiendo recibido los Santos Sacramentos, y otorgado poder para testar a su íntimo amigo Don Gaspar de Fuensalida, Grefier de su Magestad, a las dos de la tarde, y a los sesenta y seis años de su edad dio su alma a quien para tanta admiración del mundo le había criado, dexando singular sentimiento a todos, y no menos a su Magestad, que en los extremos de su enfermedad había dado a entender lo mucho que le quería y estimaba.

Procedió con lentitud prudentísima para que la transfiguración no chocase, ni sorprendiese en extremo, ni al público que había de verla, ni al transfigurado que en su propio ser había de realizarla. Escamondado ya interiormente D. Joaquín, Rafaela le obligó a que se afeitase casi de diario y a que se cortase bien las canas, que limpias, lustrosas y alisadas tomaron apariencia de venerables.

Muchas veces, el trágico vacío de los órganos perdidos remediábanlo los bárbaros curanderos con puñados de estopa introducidos en el vientre. Lo importante era mantener en pie a estos animales unos cuantos minutos más, hasta que los picadores volviesen a salir a la plaza: el toro se encargaría de rematar su obra... Y los jacos moribundos sufrían sin protesta esta lúgubre transfiguración.

Si hay alguna obra digna de ser guardada en el santuario más recóndito del arte, es, sin duda, El Príncipe constante, porque el poeta ha prodigado en ella todos sus encantos hasta un extremo inconcebible, empeñando todas sus fuerzas en componer una obra maestra de perfección sin igual y superior á las facultades humanas; la devoción y la fe, como el sonido solemne del órgano, llenan su conjunto y parecen imprimirle su carácter divino, celebrando lo terrestre y su transfiguración más elevada, y convirtiendo los dolores y las lágrimas, himno que pronuncian los labios del mártir moribundo, en cántico de adoración y de júbilo . Tales son las palabras que nos sugiere nuestro sentimiento, excitado por la obra más eminente de uno de los más grandes poetas de todos los tiempos, costándonos no poco esfuerzo recobrar de nuevo la tranquilidad de espíritu necesaria para analizar y criticar las demás creaciones suyas.

Con su vestido modesto, rodeada de flores, abiertas las ventanas sobre los árboles, hubiérase dicho que estaba en su jardín de Ormessón. Aquella completa transfiguración, aquella actitud de tristeza, sumisa, medio vencida, por decir así, me quitó todo afán de triunfar y dio en tierra súbitamente con toda mi audacia. He caído en culpa, respecto de usted le dije, y vengo a excusarme.

Tal vez esto último sea lo más exacto. La que una vez fué una verdadera mujer, y ha cesado de serlo, puede á cada instante recobrar sus atributos femeninos, si solamente viene el toque mágico que efectúe la transfiguración. Ya veremos si Ester Prynne recibió más tarde ese toque mágico y quedó transfigurada.

A los diecisiete años ya era pintor eminente. Cuentan que se llenó de admiración al ver las obras grandiosas de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, y que dio en voz alta gracias a Dios por haber nacido en el mismo siglo de aquel genio extraordinario. Rafael pintó su Escuela de Atenas a los veinticinco años y su Transfiguración a los treinta y siete.

Y , hijo y sucesor de Benavides, llegado en pleno siglo iconoclasta, que participas como el viejo Alcides de la verdad de tu divina casta: Sigue esparciendo con la ungida diestra las luminosas gracias de tus cruces, y en el único ideal que el pueblo abraza por obra y gracia de la ciencia vuestra, se hará, al amor de redentoras luces, la transfiguración de nuestra raza.

Un día mil veces funesto, mil veces lúgubre, mi amita se presentó ante con traje bajo. Aquella transfiguración produjo en tal impresión, que en todo el día no hablé una palabra. Estaba serio como un hombre que ha sido vilmente engañado, y mi enojo contra ella era tan grande, que en mis soliloquios probaba con fuertes razones que el rápido crecimiento de mi amita era una felonía.

El Sr. de Figueredo estaba en borrador, y Rafaela se propuso y consiguió ponerle en limpio, realizando en él una transfiguración de las más milagrosas. Ella misma sabía por experiencia lo que era y valía transfigurarse. No recordaba de dónde había salido ni cómo había crecido.