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Los pantalones, mermados por el crecimiento de las rodilleras, se le subían tanto que parecía haber montado a caballo sin trabillas. Sus botas, por ser domingo, estaban aquel día embetunadas y eran tan chillonas que se oían desde una legua. «¿Y cómo está la familia?» preguntó al tomar asiento, después de dar su mano siempre sudorosa a doña Lupe y al sobrino.
Vestía frac azul con botón dorado, chaleco floreado, pañuelo de seda negro enrollado al cuello, pantalón ceñido con trabillas y el sombrero blanco de copa alta. Contaría setenta años de edad, alto, enjuto, aguileño, rasurado. Todos guardaron silencio respetuoso y miraron con asombro á aquel varón profundo, honra de la comarca que le vió nacer.
Vestía levita de paño oscuro, pantalón ceñido con trabillas, chaleco de terciopelo labrado y alto cuello de camisa con corbatín de suela: sobre la cabeza un gorro de terciopelo. Allá lejos, arrimadas á la puerta de su huerta, acertó á ver dos zagalas á quienes la luz de la hoguera iluminaba el rostro de lleno. Ningún otro alumbraba más hermoso en aquel momento.
Escuálido, sí, porque toda la yerba que segaba el buen hidalgo era poca para la vaca, y al rocín lo enviaba á la gramática por las callejas y trochas de los contornos. Vestía el imprescindible frac, el pantalón abotinado con trabillas, la corbata de suela que mantenía su cabeza siempre erguida y el sombrero alto de felpa gris.
¿Y qué te haces ahora? Esta pregunta seca y hecha en un tono más seco aún, cortó la tierna emoción que embargaba a nuestro joven en aquel momento y le dejó un poco embarazado. Poca cosa... Me divierto lo más que puedo. Sí, sí, ya lo he sabido, que eres un joven a la moda. Las modas duran poco; pasaré como han pasado las trabillas y las corbatas de suela...
Las pocas veces que algún negocio me lleva á Oviedo, al atravesar la comarca de Langreo, mi pantalón de trabillas, mi frac, mi sombrero de felpa y el pobre rucio que monto excitan la risa de aquellos ricos mineros.
No creía en los sastres de Vetusta y ni unas trabillas compraba en su tierra. Nadie era sastre en su patria. En verano prefería los sombreros blancos, los chalecos claros y las corbatas alegres. La esencia del vestir bien estaba en la pulcritud y la corrección, y el peligro en la exageración adocenada.
Palabra del Dia
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