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La lira se encargó de su venganza. Años despues, los de Esparta en guerra con los Mesenianos, pidieron auxilio á Atenas. Esta República les envió por contingente un poeta armado de una lira. El poeta se llamaba Tirteo. Sus himnos guerreros encendieron el entusiasmo en todos los corazones y templaron la fibra viril del pueblo abatido por la derrota, que voló con decision á la batalla.

Un dia fué en la Grecia Que en medio á la derrota Los cantos de Tirteo Se oyeron resonar, Y revolviendo al punto Los escuadrones rotos, El lauro de victoria Supieron rescatar. Será que ya en el mundo No exista el entusiasmo, Ni acorran á la patria Los hombres de esta edad? ¡Oh, no! los corazones Sacudan ese pasmo, Y asiendo de la espada Gritemos: «¡Libertad

Desde tu huesa, que el ciprés corona, oye la sinfonía de mi lira; es la canción que a tu memoria entona el bardo filipino que te admira... Para esculpir tu nombre giganteo, para encumbrar tu gloria soberana, arrancaré la lira de Tirteo y el estro portentoso de Quintana.

Por esto, el mismo Licurgo se vió obligado á confesar que el triunfo de Lacedemonia se debia á Tirteo. Los Lacedemonios, salvados por la poesía, que en vano habian procurado proscribir, dieron á Tirteo el título de ciudadano, y promulgaron una ley para que en adelante sus poesías fuesen recitadas á los ejércitos de la república, reunidos en torno de la tienda de campaña de sus Generales.

Solon, comprendiendo todo el partido que podia sacarse de la poesía para imprimir al pueblo un movimiento eléctrico y sublime, haciéndose el insensato, infringió el decreto sobre Salamina, entonando en la plaza pública un cántico guerrero, por medio del cual, el futuro legislador, cual otro Tirteo, logró encender el entusiasmo popular.

No quiero abusar de mi superioridad en este punto, y guardándome otras muchas citas históricas que mantengo de reserva en mi cartera, me contentaré con recordarle otro ejemplo del mismo género. ¿Quién sublevó el espíritu teutónico del nacionalismo germánico contra la intervencion napoleónica en Alemania? ¿Quién, sino la falange de poetas, á cuya cabeza se puso Koerner, el intrépido Tirteo del siglo XIX, que murió atravesado de una bala al frente de su Regimiento de Cazadores, entonando el himno marcial con que habia reclutado sus soldados? ¡Niegue ahora el poder de la poesía!

Rotos los escuadrones de Esparta, los dispersos oyeron á su espalda la voz robusta de Tirteo, que se acompañaba con la lira encordada por los Espartanos, y volviendo caras, conquistaron de nuevo el lauro de la victoria, probando á sus enemigos que la poesía lejos de convidar á la molicie sabe exaltar lo que hay de mas noble y de mas sublime en el corazon humano.

Decía que es un tipo natural de aquel país, no por esta valentía fabulosa, sino porque es oficial de caballería y poeta además. Es un Tirteo que anima al soldado con canciones guerreras, el cantor de que hablé en la primera parte; es el espíritu gaucho, civilizado y consagrado a la libertad.

Tal vez esta severidad, más que propia, fuera atribuida y supuesta por los que conocían sus obras, pues en aquella época ya habían salido a luz las principales odas, las tragedias y algunas de las <i>Vidas</i>; Píndaro, Tirteo y Plutarco a la vez, estaba orgulloso de su papel, y este orgullo se le conocía en el trato.

No es este y el de Tirteo, el único lauro guerrero que la poesía puede revindicar para . Dando un salto al través de los siglos, trasladémonos á la risueña Italia, que Vd. ha visitado con religioso respeto, segun nos cuenta en sus Viages.