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A pesar de todo, mi vista se acostumbraba poco a poco a ello, concluyendo yo por sentarme al pie mismo de la lámpara, junto al torrero que leía su Plutarco en alta voz, por temor a dormirse. Allá fuera, la obscuridad, el abismo. En el balconcillo que circunda a la vidriera, el viento corre aullando como un loco. Cruje el faro, la mar brama.

Pronto irán llegando por su orden los que vienen hoy a verte. Tus siervos los detendrán en la antesala. Yo los conduciré luego hasta ti. PROCLO. Aunque Marciano profesa la religión de Cristo, es muy amigo mío y se parece a en muchas cosas. Ama a la virgen emperatriz Pulqueria, como yo amo a la hija de Plutarco.

Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la de coro; si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César os prestará a mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros.

Algunos astrónomos y hombres de ciencia muy antiguos como Cleomedes, Plinio y Plutarco, sospecharon que era debido a la influencia de la Luna; pero no lo aseguraban de un modo terminante. Hasta Galileo y el ilustre Kepler andaban todavía en dudas. Newton fué el primero que demostró la posibilidad de que ese fenómeno fuera debido a la atracción de la Luna.

Esto es volver á la comedia antigua, Donde vemos que Plauto puso dioses, Como en su Anfitrïón lo muestra, Júpiter. Sabe Dios que me pesa de aprobarlo, Porque Plutarco, hablando de Menandro, No siente bien de la comedia antigua. Mas, pues, del arte vamos tan remotos, Y en España le hacemos mil agravios, Cierren los doctos esta vez los labios.

Le diré á vuesa merced, respetable señor, que Lázaro es un mozo muy despierto: sabe muchos libros de memoria, y ha leído cuatro veces de la cruz á la fecha un tomo que le llaman Los grandes hombres de Plutarco, el cual me ha asegurado no ser cosa de herejía; que si lo fuera no lo había de leer en mis días.

Y puedes recordarle también las sangrientas palabras de Plutarco: «Por la batalla de Leuctres había perdido la preponderancia; mas por la paz de Antálcidas perdió el honor». No quiso D. Félix llevar más adelante la contraria á su primo viéndole irritado. No tenía interés en ello porque era, como se ha dicho, más bien enemigo que amigo de Pericles, aunque sólo de oídas conociese al Olímpico.

En fin, nada le falta. ¿Cómo me compondré para que ella no me falte a ? PROCLO. Lo discurriremos. Para mayor ilustración del asunto, infórmame de quién es esa dama que tan caro te cuesta. CREMATURGO. Es Asclepigenia, la hija del filósofo Plutarco. PROCLO. ¡Profundos cielos! ¿Quién lo hubiera podido imaginar en la vida? eres mi rival. CREMATURGO. ¿Tu rival?

Tal vez esta severidad, más que propia, fuera atribuida y supuesta por los que conocían sus obras, pues en aquella época ya habían salido a luz las principales odas, las tragedias y algunas de las <i>Vidas</i>; Píndaro, Tirteo y Plutarco a la vez, estaba orgulloso de su papel, y este orgullo se le conocía en el trato.

ATENAIS. En efecto, Proclo es el príncipe de los filósofos. Tu padre Plutarco y mi padre Leoncio, notable filósofo también, le veneraban como superior a ellos. Comprendo, pues, que ames a Proclo.