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En cuanto usted la conozca un poco, le inspirará un profundísimo respeto. Le apetecerá prosternarse y besar la orla de su vestido... «Por conducto de las mejillas de su hija, no diré que no», pensé. Luego, inocente, a pesar de sus años, como una paloma... Pero ya me extraña que no venga añadió, levantándose y avanzando otra vez a la puerta con más fuerte y poderoso taconeo.

Finalmente, los viajeros ingleses que, más numerosos cada día, suben todos los años á la montaña santa, creen que la «divina huella» no es más que un agujero vulgar, groseramente redondeado. Verdad es que semejantes extranjeros son mirados con desprecio por los convencidos peregrinos que van á prosternarse á la cima, á besar devotamente la huella y á depositar sus ofrendas en casa del sacerdote.

El libro santo que tengo reservado para el inimitable mihrab que ha de ser la maravilla del Andalús, conservará la unidad de nuestra : inalterable é inflexible nuestra creencia, crecerá el islamismo pujante en Europa arrollando esa multitud de leyes, sectas é instituciones que traen divididos á los incultos Godos y Germanos, y la Ley del Profeta, que es hoy el vínculo áureo de su pueblo predestinado, será con el tiempo la férrea argolla que fuerce á los rebeldes imperios idólatras á prosternarse ante la Quiblah de la grande aljama

Cerrando el glorioso desfile, casi a ras de los muebles, estaban los últimos Febrer de principios del siglo XIX, oficiales de la Armada, de cortas patillas, rizos sobre la frente, alto cuello con anclas de oro y negro corbatín, que habían peleado en el cabo de San Vicente y en Trafalgar; y tras ellos el bisabuelo de Jaime, un viejo de ojos duros y boca desdeñosa, que al volver Fernando VII de su cautiverio en Francia se había embarcado para prosternarse a sus pies en Valencia, pidiendo con otros grandes señores que restableciese los usos antiguos y exterminase la naciente plaga del liberalismo.

Ultimo vástago de los Incas, y reducido ahora á prosternarse ante el mas vil empleado de la metrópoli, no pudo su ánimo sobrellevar en paz estos ultrages. Los antiguos Peruanos comparaban los hombres grandes y poderosos á las serpientes, porque, como ellas infunden miedo con su presencia.

Retiróse en seguida, y los eunucos le condujeron al pabellon occidental, ante cuyo trono desierto volvió á prosternarse con gran respeto, no acertando á espresar su lengua el deleite que en su semblante atónito se pintaba cada vez que fijaba los ojos en aquella riqueza sin igual, en aquellas incomparables obras del arte y de la naturaleza.

Al punto nada vieron, sino la llama temblorosa de una lamparilla; luego aparecieron, como esfumadas, las figuras principales del cuadro: un franciscano, rezando bajo descomunal y tétrico crucifijo; en un rincón, la Pepa, silenciosa como una esfinge; a la cabecera del lecho, Casilda... Sobre la blancura de las almohadas, destacábase la cara lívida del muerto, con los ojos todavía abiertos, vueltos del lado de la puerta, por donde acababa de aparecer Gregoria; esta mirada de ultratumba, figurósele a la triste arrepentida señal de eterno y enconado reproche, y sacudida por temblor convulsivo, se precipitó en el cuarto y fué a prosternarse delante del padre que había ofendido, derramando sinceras lágrimas.