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Un olor de heno recién cortado llenaba el aire con ese perfume a la vez dulce y acre que le es peculiar. Tímida y miedosa, como una intrusa, me deslicé lentamente a lo largo de la empalizada del jardín hasta la casa, que con sus montantes de granito, sus torrecillas y sus piñones que el tiempo había cubierto de un matiz gris, parecía lanzar sobre una mirada sombría y amenazadora.

Debía, en su caída, haberse agarrado de los montantes de la parihuela sobre la cual habían puesto a la muerta y arrastrado todo consigo, pues, sobre él, entre tablas rotas, el cadáver estaba extendido, en su larga camisa, con su rostro helado sobre el de Roberto, y los desnudos brazos sobre la frente de éste. En ese momento, Roberto recuperó el sentido y se enderezó.

Primero aparece un vestíbulo enladrillado de menuditos mosaicos pintorescos; los montantes de las puertas cierran con vidrieras de colores. Después se pasa a un salón octógono; enfrente está el gabinete de lectura, con una agradable sillería gris y estantes llenos de esos libros grandes que se imprimen para ornamentación de las bibliotecas en que no lee nadie.

Dirigí una mirada entristecida a mi vieja cama querida. Para ésa no había habido necesidad de dibujos. Me la habían hecho en medio día; seis tablas y cuatro montantes. Lo mejor continúa ella, sería escribir a Lotario pidiéndole que elija en Berlín lo más bonito y más fino que encuentre en las tiendas. ¡Haz lo que quieras, y déjame en paz! le dije, enervado.

Cada habitación del palacio era tan vasta como una casa moderna. El ventanal carecía de vidrios, como los demás huecos del edificio, y en invierno había que mantenerlos todos con las hojas cerradas, sin más luz que la que entraba por los montantes, cubiertos de cristales resquebrajados y opacos por el tiempo.

Las palabras conmovedoras del poeta brotan de sus labios como un canto. Los viajes son la pasión del molinero... Gertrudis deja oír una alegre exclamación y marca el ritmo dando con el pie en los montantes de la esclusa. He oído murmurar un riachuelo... Gertrudis contiene la respiración, esperando lo que sigue: He visto brillar el techo de un molino...

Cruzó un salón vastísimo iluminado por los rayos del sol, que pasaban a través de los montantes de tres ventanales cerrados. El suelo estaba en la penumbra, mientras las paredes brillaban como un jardín de vivos colores, cubiertas de interminables tapices con figuras de doble tamaño natural.

Ambos se detuvieron en el umbral, sobrecogidos de emoción, cuando el cuarto obscuro, iluminado solamente por el fulgor dudoso de las estrellas, se abrió ante sus ojos. Toda huella de la muerta había desaparecido; sólo la cama vacía, cuyos montantes se dibujaban negros sobre la pared gris, hacía ver que la que lo ocupaba había elegido otro lecho.

¡Brrr!... hice, cerrando la puerta y escapando tan rápidamente como me lo permitían mis cansadas piernas. Y, una vez en mi aposento encendí mi buena y hermosa lámpara de trabajo, que me sonreía como el sol. Ahí estaba, arrimada contra la pared, mi vieja cama estrecha, con sus montantes rojos, su jergón gris y su piel de ciervo raída... ¡Ah señores! ¡qué consuelo sentí al verla!