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Pero ahora no era el amor quien ponía en tensión sus nervios; eran los recuerdos del pasado, que contrastaban penosamente con su situación actual. Le hacía daño la inocente melopea infantil.

Y luego rompió a cantar en lengua arábiga una extraña melopea, acompañándose con sonidos secos y acompasados que de las dos cuerdas sacaba. Oyó Benina este canticio con cierto recogimiento, pues aunque nada sacó en limpio de la letra gutural y por extremo áspera, ni en la cadencia del son encontró semejanza con los estilos de acá, ello es que la tal música resultaba de una melancolía intensa.

El tambor ha cambiado ligeramente el ritmo y bajo él, los presentes que no bailan entonan una melopea lasciva. Las mujeres se colocan frente a los hombres y cada pareja empieza a hacer contorsiones lúbricas, movimientos ondeantes, en los que la cabeza queda inmóvil; culebrean sin cesar.

Durante las pausas de la orquesta surgía el sordo y lejano rodar de las hélices levantando un zumbido de espumas; luego, de tarde en tarde, el lento badajeo de la campana anunciando el paso del tiempo, ó el grito del vigía acurrucado en el «nido» del palo mayor, revelando su vigilancia con una melopea igual á la del muecín en lo alto de su minarete.

Sonaba a lo lejos la grave melopea de la marcha solemne y religiosa que entonaba la banda militar. Las cornetas de los regimientos formados en la carrera batían marcha; y mientras los soldados requerían su fusil para inclinarse al paso del Sacramento, la muchedumbre agitábase para ganar un palmo de terreno donde hincar las rodillas.

Tan contento se puso el ciego con el plan concebido y propuesto por su inteligente amiga, y con sus afectuosas expresiones, que rompió a cantar la melopea arábiga que ya le oyó Benina en el vertedero; pero como al huir de la pedrea había perdido el guitarrillo, no pudo acompañarse del son de aquel tosco instrumento.

Se acomodó en un banco, volviendo la espalda a la virgen con el gesto de mal humor del que se ve obligado a hacer todos los días la misma cosa, y con una voz bronca, desgarrada, furiosa, que hacía temblar las paredes del santuario, comenzó una melopea lenta, cantando la historia de la imagen y sus portentosos milagros.

Al frente del rebaño humano iba un sargento y á retaguardia varios soldados con el fusil al hombro. ¡Adelante los reservistas!... Y un bramido musical, una melopea grave, amenazante y monótona surgía de esta masa de bocas redondas, brazos en péndulo y piernas que se abrían y cerraban lo mismo que compases. Roberto entonaba con energía el guerrero estribillo.

Y los miles de gritos, con una melopea recomenzada incesantemente á través de los días y las noches, cantaban el choque monstruoso que había presenciado esta tierra y del cual guardaba todavía un escalofrío trágico. Muertos... muertos murmuraba Chichí, siguiendo con la vista la fila de cruces que se deslizaba por los flancos del automóvil en incesante renovación.

Y a impulsos de la esperanza, que pone la dicha más allá de la realidad del momento, en la incertidumbre de lo ignoto, veía Mina la salud, la paz y el olvido en aquel país de misterio hacia el cual la llevaba el buque, tierra maravillosa de la que no conocía ni el idioma. El pequeño, agarrado a una mano de su madre tiraba de ella con melopea quejumbrosa.