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Calló Isidro, como si ya no encontrase nada qué contar; pero luego añadió sonriente: Y todavía hay alguien que vive más arriba de esta montaña de pisos: el muecín del buque, el vigía o serviola que va de noche en lo que llaman el «nido». El tal nido es esa especie de púlpito de acero en el que sólo cabe una persona y que está adosado al palo trinquete.

De noche, cuando la campana del puente marca el paso de cada media hora, el vigía contesta allá arriba con otra campana y grita a través de la bocina unas palabras que, en la obscuridad, parece que vienen de las nubes. Es un bramido en alemán como los que suelta el dragón que mata Sigfrido en la selva.

Acababa de disparar una de las piezas de enorme calibre, oculta en el ramaje junto á ellos. Los capitanes dieron una explicación sin detener el paso. Tenían que seguir por delante de los cañones, sufriendo la violenta sonoridad de sus estampidos, para no aventurarse en el espacio descubierto donde estaba el torreón del vigía.

Como don Melchor nada podía oponer a este justo y laudable propósito, pocos días después Gonzalo recorría algunas casas de parientes y amigos, donde hacía años que no ponía los pies, para despedirse, y una tarde apacible y bella de primavera se embarcaba en el bergantín redondo Vigía con rumbo a la Gran Bretaña. ¿Se acordaba de Cecilia? No lo sabemos.

Esta disposicion, sinembargo, no podia ser bastante para que el ejército por algunos dias no padeciese hambre. En el sitio de la vigia ó atalaya se mantuvo, con algunos soldados escogidos, el mismo capitan Sepé, miguelista.

Figúrate que en la Habana veía, desde el castillo de Atarés, las señales del vigía del Morro, distinguiendo perfectamente los colores de las banderas. Pues desde ayer noto no qué. Algunos objetos se me oscurecen completamente, y cuando me da el sol, me pican los ojos... Desde mañana pienso usar gafas verdes. Estaré bonito. En cuanto al oído, ya te habrás enterado.

Durante las pausas de la orquesta surgía el sordo y lejano rodar de las hélices levantando un zumbido de espumas; luego, de tarde en tarde, el lento badajeo de la campana anunciando el paso del tiempo, ó el grito del vigía acurrucado en el «nido» del palo mayor, revelando su vigilancia con una melopea igual á la del muecín en lo alto de su minarete.

Un buen rato hacía que estaba allí cuando Diana entró silenciosamente en el salón. Se aproximó a un espejo para contemplar el efecto de su vestido de tela roja bordada, pasó una mano ligera sobre sus negros cabellos, y volviéndose hacia su prima, que no la había sentido: Y bien ¿qué haces en ese puesto de vigía? le dijo.

Al fin del quinto día el vigía anunció nuevamente un vapor que asomaba en el horizonte oriental; esta vez no fuimos chasqueados. Pero, como el Saint-Simon no debía partir hasta el día siguiente, empleamos la tarde, en unión con la casi totalidad de la población de la Guayra, en presenciar el desembarco de la compañía lírica de debía funcionar en el lindo teatro de Caracas.

La escuela estaba cerrada; por los cristales empolvados se veían los cartelones con letras grandes y los mapas colgados de las paredes. Cerca del caserío de Zalacaín había una viga de madera, de la que colgaba una campana. ¿Para qué sirve esto? preguntó a un mendigo que iba de puerta en puerta. Era para el vigía. Cuando notaba un fogonazo tocaba la campana para avisar a la gente de la parte baja.