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Sus protectoras ejercieron sobre él una vigilancia un poco impertinente a veces, otro poco humillante también, pero cariñosa siempre y bien intencionada. Entre todas, aunque tomando parte más principal D.ª Eloisa, le pagaron la crianza y el pupilaje en casa de un matrimonio artesano que habitaba en la Gusanera, cerca de la casa en que la desgraciada viuda vivía.

Cuando llegó a las primeras casas del arrabal de la Gusanera había cerrado ya la noche. Al pasar por delante de una de las más pobres y sucias llamó su atención el estrépito de golpes y gritos que de adentro partía. Detuvo el paso asustado y procuró averiguar qué era aquello. Por las pequeñas ventanas iluminadas no se veía más que agitarse violentamente algunas sombras.

Añadió el Sr. de Cedrón que, no por sus merecimientos, sino por la confianza con que le distinguían los fundadores del Asilo de ancianos y ancianas de la Misericordia, era patrono y mayordomo mayor del mismo; y como a él se dirigían las solicitudes de ingreso, no daba un paso por la calle sin que le acometieran mendigos importunos, y se veía continuamente asediado de recomendaciones y tarjetazos pidiendo la admisión. «Podríamos creer añadió , que es nuestro país inmensa gusanera de pobres, y que debemos hacer de la nación un Asilo sin fin, donde quepamos todos, desde el primero al último.

Las fortificaciones de mis dominios tienen que quedar libres. No consiento que mi casa sea una gusanera. Por consiguiente, prepáralo todo.

Que me lo que quiera gruñó Feijoo con burlesca incomodidad . ¿A usted qué le importa, señora doña Francisca?... Es que... Bueno; aunque me envenenara. Mejor. vii Al verse otra vez en su casa y sola, Fortunata no podía con la gusanera de pensamientos que le llenaba toda la caja de la cabeza. ¡Volver con su marido! ¡Ser otra vez la señora de Rubín!

Se puede decir, sin hipérbole, que es un brujo de las rimas, de las inefables palabras musicales, donde vierte su alma mística y pagana, ferviente, pecadora, universal. ¡Pobre Verlaine, mendigo, borracho y solitario! ¿De qué sideral armonía estaba henchido tu triste corazón, que era al par una gusanera de pecados mortales?

De pronto se alzó animada por una voluntad fatal, besó a su hijo apasionadamente hasta que logró despertarlo, envolviolo en una manta y cogiéndolo en brazos salió de la casa. Era la hora del oscurecer. Desde lo alto de la Gusanera, donde Basilisa vivía, veíanse llegar al muelle ya las lanchas pescadoras. Una muchedumbre las aguardaba.

Y así, por este orden, batallando horas y horas. ¿Cómo hallar una breve, ni momento de reposo, ni bien mullida la cama, con semejante gusanera entre los cascos?

Ni que estuviera boba, D. Francisco. ¡Pa que á media noche me salga toda la gusanera de las ideas de usted, y se me meta por los oídos y por los ojos, volviéndome loca y dándome una mala muerte...! Porque, bien lo yo... á no me la da usted.... ahí dentro, ahí dentro, están todos sus pecados, la guerra que le hace al pobre, su tacañería, los réditos que mama, y todos los números que le andan por la sesera para ajuntar dinero.... Si yo me durmiera ahí, á la hora de la muerte me saldrían por un lado y por otro unos sapos con la boca muy grande, unos culebrones asquerosos que se me enroscarían en el cuerpo, unos diablos muy feos con bigotazos y con orejas de murciélago, y me cogerían entre todos para llevarme á rastras á los infiernos.

Pero explíqueme usted... le dijo el coadjutor juntándose a él y haciendo esfuerzos por seguirle el paso. Ya te lo explicaré... Ahí más abajo. Cuando hubieron salido de la Gusanera, salvado la plaza y entrado en la calle del Cuadrante, D. Norberto acortó un poco el paso. El excusador aprovechó la ocasión para insistir en sus preguntas. Vamos a ver, ¿qué le ha pasado a usted?