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Feli, despechugada, sudorosa, respirando con dificultad, arrastraba los pies yendo de un lado a otro, abrumada por este calor que era un nuevo tormento. Crujían durante la noche, con chasquidos alarmantes, las maderas de los muebles, las tablas ocupadas por los libros del devoto, sobre cuyos lomos polvorientos movíanse las polillas.

Un poco despechugada, pero soberbia... Demasiadas tierras negras de barbecho... pero quizás para la colza del invierno... ¿El trigo?... así, así... ¿El ganado?... magnífico. Entro en el patio de la posesión... ¿Saben ustedes, señores?... Para , el patio de una granja es como el corazón humano.

Ocupaba un lugar en lo más alto de la popa, llamado «el tabernáculo», sentábase en un sillón de brazos semejante al de los antiguos barberos, y desde él gritaba sus órdenes a los proeles, mozos, grumetes y pajes, marinería despechugada, medio desnuda y famélica, en antigua relación con toda clase de parásitos. Al cerrar la noche se apagaban en el buque fuegos y luces, por miedo al incendio.

Se quedó dormida con un brazo caído fuera del embozo, despechugada y el pelo revuelto en primoroso desorden sobre la almohada, como madeja que hubiesen enmarañado ángeles. Capítulo XIV Del cual se colige la vulgarísima verdad de que el hombre es un animalucho que desprecia lo que posee y torna a desearlo cuando le parece ajeno

A su encuentro salieron, más de una legua, las Marquesas de Mirabel y de las Navas, y la Condesa de Santisteban. «Ella muy bizarra, despechugada y desenfadada, entró mirando a los que caminaban delante y a los lados, a los coches que estaban parados y atestados desde el arroyo de Bernigal». Traía dos criados franceses, uno de los cuales dormía en el aposento de su ama; y «dio madama prendas de la grandeza de su animo no queriendo recibir ocho mil ducados que le presentaban de parte de S. M. ». La dicha duquesa añade el escrito de donde tomamos estos datos en todo se porta con mucha modestia, y Diego Velázquez la esta ahora retratando con el aire y traje francés ». Palomino, dice que retrató por aquel tiempo con «superior acierto, a una dama de singular perfección ». Nadie ha logrado averiguar si este retrato y el anterior son uno mismo, ni caso de que sean dos dónde han ido a parar.

Las mujeres que hacían la limpieza por las mañanas le obligaban á refugiarse en el despacho con sus terrestres escobazos. No le era permitido formular observaciones, no podía extender un brazo galoneado, lo mismo que cuando reñía á la grumetería descalza y despechugada, exigiendo que la cubierta quedase limpia como un salón. Se sentía empequeñecido, exonerado.

En la puerta de una escalerilla le hacía señas una buena moza, despechugada, fea, sin otro encanto que el de una juventud próxima á desaparecer; los ojos húmedos, el moño torcido, y en las mejillas manchas del colorete de la noche anterior: una caricatura, un payaso del vicio.