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Momaren quedó mudo, pues el hecho le parecía tan inaudito, que no encontraba palabras. Los invitados prorrumpieron en alaridos de indignación: ¡Insolente animalucho!... ¡Qué atrevimiento el suyo!... ¡Venir á perturbar con sus patas inmundas una fiesta de alta intelectualidad!...

¡Un babosón! chilló ratonilmente Ana, sacudiendo los dedos y disparando el glutinoso animalucho al rostro de Borrén, que se pasó apaciblemente el pañuelo por las mejillas, amenazando a la Comadreja con la mano. Amparo y Baltasar se hallaban un poco más apartados, y cerca del pozo que sombreaban los árboles. Picaban por turno las pocas fresas que tenía Amparo en el regazo sobre una hoja de berza.

Se quedó dormida con un brazo caído fuera del embozo, despechugada y el pelo revuelto en primoroso desorden sobre la almohada, como madeja que hubiesen enmarañado ángeles. Capítulo XIV Del cual se colige la vulgarísima verdad de que el hombre es un animalucho que desprecia lo que posee y torna a desearlo cuando le parece ajeno

Tomó uno de ellos, y al ir a llenar los claros del impreso, se quedó pensativo, mordiendo el mango de la pluma, como poeta que no halla consonante. ¡Qué animalucho tan despreciable es el hombre! Cuando Cristeta le abrió los brazos no vaciló en poseerla, y ahora llevaba una eternidad pensando si habían de ser diez o veinte. ¡Ah, mujeres!

«Deben de ser dos», pensó el Magistral, que cada vez que veía al animalucho encima sentía un poco de frío en las raíces del pelo. La noche estaba hermosa, acababan de desvanecerse las últimas claridades pálidas del crepúsculo.

Por desgracia se encontraba en la banda, un animalucho con un bonete en la cabeza, que cortando el hilo á todos los filósofos dixo que él sabia el secreto, que se hallaba en la Suma de Santo Tomas; y mirando de pies á cabeza á los dos moradores celestes, les sustentó que sus personas, sus mundos, sus soles y sus estrellas, todo habia sido criado para el hombre.

En la mano derecha lleva también un saco y en la izquierda una cesta que tiene en vez de asa un trozo de soga retorcida: allí trae una jícara sin asa, un borlón de darse polvos de arroz, un ojo de vidrio caído de un animalucho disecado, una rueda de butaca y la tapa de una caja de dulces adornada con un ramito de azahar artificial. Aquella mujer es la Mona.

Y Raguet le contestaba, meneando la cabeza y como si él hubiera contribuido en la compra: Me temo que hayamos hecho un mal negocio con el animalucho. ¿Por qué no lo vendemos? Catalina sabía que venderlo era dejar la suma casi íntegra en las manos de ese disipado de Raguet; además, ella no desesperaba de amaestrar a Cónsul, y hasta le tenía algún afecto... Por eso respondía: Tengamos paciencia.

Lo más cierto debía ser lo último, porque D. Bernardo estaba hecho un verdadero adefesio. El uniforme era de color rojo subido. Parecía una langosta cocida; y para que la semejanza fuese más notable, la muchedumbre de cordones y correas que le envolvían remedaban bastante bien las antenas de aquel animalucho. Un espadón disforme le colgaba de la cintura; el tricornio estaba adornado con plumas.