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Y durante miles y miles de años reinaba sobre el mundo la divinidad benéfica y consoladora que el héroe sombrío había dado a los humanos, pagando esta generosidad con el tormento de sus entrañas rasgadas por el águila, «perro alado de Zeus». Ella conducía los rebaños de hombres en armas; ella había aleteado ante las proas de los descubridores; ella conmovía con su paso quedo el silencio cerrado donde meditan sabios y artistas; ella guiaba las muchedumbres ansiosas de bienestar y amplio emplazamiento que se descuajan de un hemisferio para ir a replantarse en el otro.

Los Cook, los Perron, los d'Urville y otros descubridores, corrieron peligros reales en las aguas, entonces apenas frecuentadas, del mar de Coral, de la Australia, etc., obligados á afrontar de cerca bancos que cambian incesantemente de sitio, corrientes contrariadas que se cruzan y producen horrorosas luchas interiores en los pasos estrechos.

Los primeros descubridores notaron que la mandioca era cultivada y se comía en esta región, y se les informó que a los nativos se les habían dado instrucciones sobrenaturales acerca de la preparación de la misteriosa raíz. La planta es un arbusto de cuatro a ocho pies de alto, y a la par que se desarrolla su raíz se convierte en un verdadero tubérculo.

Nuestros pueblos normandos, descubridores de la América, que desde el siglo XIV conquistaron la costa de Africa, cada día van cobrando más aversión al mar. Muchos de ellos dan la espalda á la costa y fijan sus miradas al interior. El descendiente de aquel que en otro tiempo lanzó el arpón, se resigna á las faenas mujeriles, hácese un macilento algodonero de Montville ó de Bolbec.

Tampoco hay que comparar las tranquilas narraciones de los navegantes de profesión que corren las grandes vías trazadas, con las descripciones, á veces conmovedoras, de los audaces descubridores que las visitaron por vez primera, que señalaron, describieron los arrecifes, los escollos, atentos por ver de cerca y estudiar el peligro, al paso que el marino vulgar, el rutinario, trata de evitarlo.

Pero ¿cómo ir allá?... «Señor, yo iré», dijo Méndez. En la canoa comprada por él arrostraría los peligros de un golfo impetuoso de cuarenta leguas entre dos islas donde tantas naos de descubridores se habían perdido, teniendo que luchar además con la furia de las corrientes. El Almirante le besó en los carrillos. «Bien sabía yo que sólo vos osaríais tomar esta empresa.

Tiene de longitud cuarenta leguas y diez de ancho, aunque otros la hacen doblado mayor; el terreno es muy fértil y abundante, aunque en parte sobresale en montañas llenas de árboles muy á propósito para labrarlos. Los primeros descubridores la llamaron el Paraíso; nosotros, empero, no observamos en ella cosa de más monta que el clima.

Sentían un ansia de novedad, de verlo todo de una vez, como descubridores que acabasen de abordar a una tierra desconocida. Disponían de poco tiempo. Junto a la escala, el mayordomo y los camareros repetían a los fugitivos que el buque iba a partir a las doce en punto: ni un minuto de retraso. Ojeda se vio solo en el muelle. Casi todos los pasajeros estaban ya en la Avenida.

El primer cuidado que se hubiera debido tener en los viajes árticos de la Groenlandia, era entablar relaciones amistosas con los esquimales, dulcificar su trabajosa existencia, adoptar á sus hijos educándolos si no todos, parte de ellos en Europa, formar colonias en aquellos apartados climas, escuelas de descubridores.

Hasta los sastres según un autor de la época sentían la ambición de meterse a descubridores. Duros hidalgos que jamás habían visto el mar lanzábanse en el ignoto Océano con una confianza asombrosa.