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Que los granujas de la vecindad habían pegado fuego a un montón de paja que en mitad del patio había, y después robaron al maestro Curtis todas las eneas que pudieron, y encendiéndolas por un cabo empezaron a jugar al Viático, el cual juego consistía en formarse de dos en dos, llevando los juncos a guisa de velas, y en marchar lentamente echando latines al son de la campanilla que uno de ellos imitaba y de la marcha real de cornetas que tocaban todos.

Yo temía, no, estaba convencida de que el terrible secreto de mi padre que conocía Hales, era una espantosa verdad, y sólo anteayer he conseguido, con la ayuda del anciano señor Hales, descubrir, en una calle del bajo de Grimsby, a un hombre de apellido Palmer, exmarinero del buque «Annie Curtis», el cual estuvo presente cuando murió el italiano.

Esas letras mayúsculas, casi borradas, fueron trazadas por él a bordo del «Annie Curtis», y conservó seguro su secreto hasta su muerte. Lo que él me refirió confidencialmente, no lo manifesté jamás a nadie hasta... vamos, hasta que Burton Blair me obligó a hacerlo esa noche en que reconoció esta casa por la fotografía sacada por Poldo, y me encontró de nuevo. ¡Lo obligó! exclamó Reginaldo. ¿Cómo?

De pronto la puerta se abrió, y ambos nos pusimos de pie; pero en vez de la linda joven chispeante y de corazón noble, con voz musical y semblante alegre y franco, entró el hombre barbudo, de anteojos, arcos de oro, que en un tiempo había sido contramaestre del buque Annie Curtis, de Liverpool, y después el socio secreto de Burton Blair.

Todavía estaba en el «Annie Curtis», pero como la barca se hallaba en dique seco, él, según me dijo, había querido bajar a tierra para andar de jarana. Permaneció aquí dos días, y con su pequeña máquina fotográfica, adquisición muy reciente, evidentemente, anduvo sacando toda clase de vistas, incluyendo la de esta casa.

Me refirió que mi padre, con el fin de posesionarse del secreto que le dio luego la fortuna, había asesinado al marinero italiano Pensi, a bordo del «Annie Curtis», cuando se alejaron de la costa de España.

Hace varios años que era yo primer piloto del buque «Annie Curtis», de la matrícula de Liverpool, ocupado en el comercio de frutas del Mediterráneo y que regularmente hacía sus viajes entre Nápoles, Esmirna, Barcelona, Argelia y Liverpool. Nuestra tripulación era mixta, pues se componía de ingleses, españoles e italianos, y entre estos últimos había un viejo llamado Bruno.

El sacerdote llevaba la palabra y hablaba con vehemencia, como tratando de persuadir a la hija del contramaestre del «Annie Curtis», para que procediese en el sentido que le indicaba. Ella parecía pensativa, silenciosa e indecisa. Una vez se encogió de hombros, y se retiró de él, dándose vuelta como en actitud de desafío, pero en el acto el astuto sacerdote fue todo sonrisas y disculpas.

Tiene razón el maestro Curtis dijo la fundadora, poniendo la cara más severa que le fue posible . A la cárcel van atados codo con codo, si no se portan hoy como es debido, hoy que viene a honrar esta casa el... La interrumpió un sacerdote anciano que entró y fue derecho hacia ella. Era el Padre Nones. «Buenos días, maestra. Ya está usted en planta, oficiando de capitana generala».