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Antes de ausentarse me hizo depositario de sus secretos y me declaró que lo que a bordo de la barca se había sospechado era cierto, pues no era otro que el célebre Poldo Pensi, el bandido cuya osadía y ferocidad habían sido años antes narradas en verso y prosa en Italia.

Como usted sabe, fue, en cierta ocasión capturado por el terrible Poldo Pensi, tan temido en la Calabria, y obligado, con el fin de salvar su vida y reputación, a descubrir la existencia de su tesoro. Pensi, en vista de esto, vino aquí secretamente, vio el tesoro, pero como era en extremo supersticioso, cual lo son todos los de su condición, no se atrevió a tocar ni un solo objeto.

El lugar indicado es cerca de Lucca, en Toscana observé. Usted dice que el tal Poldo Pensi ha estado allí y ha hecho averiguaciones. ¿Qué fue lo que encontró? Lo que el Cardenal le había dicho que encontraría. Pero jamás me explicó lo que era. Todo lo que llegó a manifestarme era que el secreto convertiría a su dueño en un hombre muy rico, lo que ciertamente ha sucedido en el caso de Blair.

Pensi me refirió cómo, antes de soltar al Cardenal, se trasladó, con el mayor sigilo, a cierto paraje de la provincia toscana y se cercioró de que el secreto que había revelado el gran eclesiástico era una realidad. Después de eso fue puesto en libertad, y, con una escolta que lo garantiera, marchó hasta Cosenza, donde tomó el tren para Roma.

El secreto, según mis seguros informes, le fue arrancado a la fuerza al Cardenal Sannini, que, al atravesar la desierta e inhospitalaria región entre Reggio y Gerace, fue preso por Pensi y su gavilla, llevado a su baluarte, pequeña aldea de la montaña, como a tres millas de Micastro, y allí retenido prisionero, para exigir un gran rescate a la Santa Sede.

¿Pero cómo vino el secreto a poder de Burton Blair? preguntó ansiosamente. ¡Ah! observó el viejo, mostrando las palmas de sus manos morenas y endurecidas, esa es la cuestión. Sobre esas mismas cartas que usted tiene, que Poldo Pensi, el exbandido de Calabria, inscribió en inglés las instrucciones del Cardenal. En efecto, notará usted que la redacción revela que su autor ha sido un extranjero.

Por ciertas razones ignoradas, parece que el astuto y anciano Cardenal no deseaba que el Vaticano tuviera conocimiento de su captura; por lo tanto, impuso como condición de su libertad que revelaría un secreto notabilísimo, el secreto escrito en estas cartas, lo cual hizo, y Pensi lo puso entonces en libertad, cumpliendo el compromiso.

El secreto del Cardenal Sannini, obtenido por el famoso bandido Poldo Pensi, cuya terrible partida de bandoleros devastó media Italia hace veinticinco años, y que obligó al mismo Papa Pío IX a pagarle tributo, está escrito aquí, como usted lo acaba de descifrar. ¿Y Pensi ha muerto? pregunté. ¡Oh! .

Mientras tanto, el secreto de Su Eminencia, inscripto en la cifra secreta usada por el Vaticano en el siglo XVII, pasó, según parece, de las manos de Poldo Pensi a las de Burton Blair, su compañero de mar e íntimo amigo. Hace unos cinco años, más o menos, que yo supe esto por primera vez.

Al hacerlo, se aflojó un enorme pedazo de roca y cayó al río con gran estrépito. Observé todo con mucho cuidado, pero no pude ver nada, absolutamente nada, que estuviera en conformidad con lo que el antiguo bandido Poldo Pensi había dejado registrado.