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Lo había averiguado del modo siguiente: Iba paseando por una de las avenidas solitarias del Retiro cuando acertó a ver delante de y por la espalda dos figuras que le parecieron conocidas. Se acercó un poco más y se cercioró de que una de ellas era la del gran dramaturgo y su enemigo mortal Estévanez. ¿Por qué era su enemigo mortal Estévanez?

Cuando se cercioró de que era una realidad, de que había sido un vil delator, de que corría peligro la vida del ser que más amaba, entregóse á una violenta desesperación, mordiendo la ropa del lecho y prodigándose con furia epítetos á cual más injurioso. La imaginación le hizo ver la muerte próxima de la condesa.

Cuando se cercioró bien, respondió con palabras ambiguas y riendo: "Lo pensaría, lo pensaría.... Estaba muy agraviada por lo que se había dicho de la ruptura de sus relaciones.... Pero en fin, no le quitaba por completo las esperanzas".

Se cercioró bien del número del palco y subió hasta colocarse detrás de la puertecita, y por un movimiento irreflexivo llamó con los nudillos de los dedos sobre ella. El mismo marquesito se levantó para abrir. Su semblante se dilató con una franca y cordial sonrisa. ¡Amigo Aldama, usted por aquí! Pase usted. ¡Cuántos deseos...! Pero la frase expiró en sus labios.

Creo que la consideraba como una especie de hechizo, o talismán, que, además de ser la fuente de su gran fortuna, lo preservaba de todas las desgracias y males. La razón de esto no puedo decirla, porque no la conozco. ¿Nunca se cercioró usted de qué índole era el objeto que él consideraba tan precioso?

Laura se cercioró aún más de su tristeza, y poniéndole una mano sobre el hombro, le dijo con mimo: Vamos... díme, querido, ¿qué tienes? El mayordomo dió todavía algunos pasos sin contestar. Una lágrima tembló en sus negras y largas pestañas, y bajó rodando silenciosa por la mejilla. Laura al verla exclamó con sobresalto: ¿Qué es eso? ¿Por qué lloras? Porque no me quieres.

Siguiéndoles a cierta distancia, se cercioró al punto de lo que antes fuera presunción, y la certidumbre produjo en su alma violentísima sacudida. «Es él, ese infame... La espera; van juntos... y toman la vía más solitaria... Luego, son amantes... ¡Engañar a una pobre mujer... un hombre casado!...». Determinose en él con poderosa fuerza el rencor de otros tiempos, aquel rencor concentrado y sutil que era como un virus ponzoñoso, tan pronto manifiesto como latente, y que al derramarse por todo su ser, producía tantos y tan distintos fenómenos cerebrales.

Pilar estaba muy agitada, y ardía de sed; a cada paso Lucía le llegaba a los labios el pistero de agua de goma, previamente templada en una estufilla. Por la tarde vino Duhamel, y se cercioró de que los revulsivos habían logrado aclarar un poco la voz de la enferma y facilitar su respiración congojosa. No obstante, la calentura era alta, el sudor se había suprimido.

El enemigo de la cristiandad se cercioró entonces de que su mejor aliado eran las mezquinas discordias de los príncipes cristianos: Felipe II ordenó á su hermano que volviese con la armada á Mesina, en donde la victoriosa flota fué recibida con extraordinarias fiestas.

Las cestas se abrieron y Celipín oyó estas palabras: Celipín, esta noche que te traigo un buen regalo; mira. Celipín no podía distinguir nada; pero alargando su mano tomó de la de María dos duros como dos soles, de cuya autenticidad se cercioró por el tacto, ya que por la vista difícilmente podía hacerlo, quedándose pasmado y mudo.