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Pero tanto estiró la cuerda que, a la postre, vino el estallido, y reventó y se armó la tremenda. El Visitador era testarudo, no cejó un ápice y siguió ajustándonos las clavijas como a guitarra ajena. Y hubo una tal de zambomba y degollina, horca, y jicarazo, que... ¡vamos! debemos tomar por especial cariño y bendición de Dios no haber comido pan en aquel desbarajustado siglo.

Véase aquí cómo supo embarcarse en bajel seguro y mantener en su compañía a la veleidosa fortuna, su hermana querida y tutelar maestra. El ministro de Hacienda, D. Antonio Martínez, que ya le tenía en capilla para dejarle cesante de su pingüe destino en el Consejo, cejó en sus intenciones perversas.

Diez años después llevó á los Gelves Don Hugo de Moncada, Virrey de Sicilia, otra armada de cien velas conductora de 13.500 infantes y 1.000 caballos; los puso en tierra por el mes de abril , y no llanamente se abrió paso; que si el escuadrón que personalmente guiaba arrolló á los moros, otro de los suyos cejó viéndose en aprieto.

Aben-Hud, aunque ambicioso, era de noble corazon: no se hizo ni pudo hacerse sordo al llamamiento de una de las primeras ciudades de su patria. Pospuesto todo interes personal, se dejó caer sobre la ciudad con el grueso de su ejército. La encontró medio cercada; mas no por esto cejó; antes se mostró dispuesto á combatir hasta que S. Fernando levantase el sitio.

Puesta en pie y yendo hacia doña Inés, le dijo: no me conoces todavía. Yo no me arrepiento ni cejo. Bueno fuera que creyese el tal señor que yo había tenido un momento de debilidad y que luego me había arrepentido. ¿No adviertes que de ese modo me confesaba yo culpada, si no del delito, del conato? No; yo no soy débil. te has empeñado en creerme cordera, y soy leona.

Ni aun viéndole tan abatido cejó Doña Francisca en su tarea de mortificación, y el día de mi llegada que le decía: «Bonita la habéis hecho... ¿Qué te parece? ¿Aún no estás satisfecho? Anda, anda a la escuadra. ¿Tenía yo razón o no la tenía? ¡Oh!, si se hiciera caso de ... ¿Aprenderás ahora? ¿Ves cómo te ha castigado Dios? Mujer, déjame en paz contestaba dolorido mi amo.

Al bajar la escalera oyó que una vecina decía a otra: El señor Ángel ha echado de su casa al tío... ¡Ya era tiempo! De tal modo inopinado se cortó el curso de aquellas sabrosas relaciones. D. Laureano no cejó por esto. Procuró ponerse inmediatamente en correspondencia con su amante. Hubo cartas y recaditos y entrevistas.