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Fué a cerrar la puerta que su mujer dejó abierta, y acercándose a ésta le dijo con afectada naturalidad: El cajero me ha entregado hoy un recibo tuyo de quince mil pesetas.... Aquí está. Sacó la cartera y de ella un papelito satinado y oloroso, que presentó a su esposa. Esta lo miró un instante con semblante grave, sombrío, sin pestañear, y guardó silencio.

Desgraciadamente, el cajero se encarga siempre de refrescársela a uno.... ¡Bueno! añadió, viendo que su mujer no replicaba . Pues no he subido a otra cosa más que a hacerte una pregunta, y es la siguiente: ¿Crees que las cosas pueden seguir de este modo? No entiendo. Me explicaré: ¿crees que puedes seguir tomando de la caja cada pocos días cantidades tan crecidas como éstas?

Les serviré de cajero; es necesario que Magdalena sea la más deslumbradora entre todas, ya que es la más hermosa, sin que su fortuna disminuya por tal causa. »Nos procuraremos en Nápoles, en Villa Reale, un palacio cuya fachada al Mediodía. Allí mi hija florecerá como una planta lozana restituida al suelo natal.

Por lo tanto, corrí atropelladamente al «Londón Brasilian Bank». Allí arrojé por el enrejado un cheque sobre el «Banco de Inglaterra», de mil libras, gritando esta deliciosa palabra: ¡En oro! Un cajero me respondió con dulzura: Tal vez le fuese más cómodo en billetes... Respondí sécamente: ¡En oro! Llené mis bolsillos; y en la calle tomé un coche.

Estos y otros lectores asiduos se pasan los periódicos de mano en mano, en silencio, devorando noticias que leen repetidas en ocho o diez papeles. Así se alimentan aquellos espíritus que antes de las once de la noche se van a dormir satisfechos, convencidos de que el cajero de tal parte se ha escapado con los fondos. Lo han leído en ocho o diez fuentes distintas.

El cajero era diestrísimo en su oficio. Cuando terminaron, el duque se retiró a su despacho, donde le estaba esperando M. Fayolle, el famoso importador de caballos extranjeros, proveedor de toda la aristocracia madrileña. Bonjour, monsieur , dijo rudamente el duque dándole una palmada en la espalda . ¿Viene usted a encajarme algún otro penco?

Al salir del ascensor, la inglesa se dirigió con paso rápido a la oficina donde estaba pluma en mano el cajero del hotel.

Osorio avanzó unos pasos colocándose entre ella y la puerta. Antes de irte quiero que sepas que el cajero tiene orden de no pagar ningún recibo que no vaya visado por . Enterada. Para tus gastos tendrás una cantidad fija, que ya determinaremos cuál ha de ser. No quiero más sorpresas en la caja.

Clementina, entre alegres carcajadas, le abrazó y le cubrió el rostro de besos, exclamando: ¡Chiquillo, eres delicioso! #Un poco de derecho civil.# Era mañana de gran trajín en las oficinas de Salabert. Se hacían unos pagos de consideración. El duque había ido en persona a la caja a presenciarlos y ayudaba al cajero en la tarea de contar los billetes.

El otro desafío había sido entre un jefe económico y un cajero por cuestiones de la caja. Sobre si sacaste o saqué yo. Se habían batido a primera sangre. El cajero había recibido un arañazo en el cuello, porque el jefe económico daba sablazos horizontales con el propósito de degollar al contrario. Y no había más desafíos llevados al terreno en las crónicas vetustenses.