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¿Y me prometes ser buena siempre? , le prometía ser buena siempre. ¿Nunca más escaparte? Nunca. Bueno dijo con tono cariñoso y condescendiente; pues si prometes ser buena y formal, y no se lo dices a la señorita, y me das además todo eso que dices, entonces... entonces... ¡arrea, chico! En un instante le alzó la ropa y comenzó a azotarla despiadadamente, riendo como una loca del engaño.

¡Calla, burro, calla! Arrea un poco más y no grites que me duele la cabeza. Bartolo vestía al igual que Quino, el calzón corto, el chaleco y la montera, pero todo más viejo y desaseado. Era un mocetón robusto, de facciones abultadas y ojos saltones. Su modo de andar tan torcido y desvencijado que parecía que le acababan de dar cuatro palos sobre los riñones.

¡Ah! ¿No es superiora? respondí distraídamente, no dudando que en aquel cambio alguna parte había tenido el bailoteo de Marmolejo. No, señor; hoy es la última de las hermanas. Pase usted. ¡Arrea! dije para mis adentros, cruzando por delante y metiéndome por la primera puerta que hallé. Phs, phs... Por ahí no; por esta otra puerta.

Bien, bien, ¿qué quieres decir con eso? Arrea un poco. ¡Ten paciencia, hombre, ten paciencia! Verás qué pronto todo lo que has dicho se lo lleva el viento. ¡Martinán, eres un burro! volvió á gritar el borracho recalcitrante desde su rincón. Martinán se volvió tranquilamente hacia él y le dijo: Si soy un burro, mándame mañana una fanega de cebada y te daré las gracias.

¿De dónde vienes, hom? De Inhiesta. ¿A quién llevaste? A dos amigos míos. ¿Puede saberse quiénes son? No se puede saber. Conque adiós, y arrea palante. Y oyóse un revuelo de cascabeles, que se dividían en dos bandadas, y cada cual volaba en dirección opuesta. Novillo y Apolonio recobraron la almohada de ruidos y vaivenes, y se adormecieron de nuevo. El primero en despertar fué Novillo.

Bendito sea tu pico, palomita exclamó dirigiéndose á su mujer. Nada dices, mi alma, que no esté puesto en razón. Ahora mismito voy á ordeñar. Eladia, enciende el farol. Vamos, déjate de palabras necias y arrea. ¡Que viva, eh! decía Martinán guiñando el ojo á los tertulios. ¡Vaya una mujercita despachada!

El Chiquito cobraba nuevas fuerzas al ver junto á él á sus protectores, y partía en una carrera loca de furiosos golpes, espoleado por nerviosa energía: pero el cansancio de los músculos tornaba á imponerse, y el acero sonaba quejumbroso en la piedra, sin avanzar gran cosa. ¡Arrea, ladrón! mugían sus ricos padrinos ¡Fuerza... porrones! ¡Me caso con tu madre!...

Empaquetado todo el mundo, se confunden en el aire los ladridos del perrito, la tos del fraile, el llanto de la criatura, las preguntas del francés, los chillidos del bambino, que arrea los caballos desde la ventanilla, los sollozos de la niña, los juramentos del militar, las palabras enseñadas del loro, y multitud de frases de despedida.

El corazón dió en decirle que encontraría buenas noticias, el enfermo aliviado, la cara de Rufina sonriente al abrir la puerta; y en su impaciencia loca, parecíale que el carruaje no se movía, que el caballo cojeaba y que el cochero no sacudía bastantes palos al pobre animal.... «Arrea, hombre. ¡Maldito jaco! Leña en él le gritaba. Mira que tengo mucha prisa

Acordaos de la romería del Obellayo cuando estos pobretes corrían delante de nosotros como una manada de carneros. Acordaos de ayer noche cuando á estacazo limpio los metimos en sus casas y los dejamos acurrucados en la cocina debajo de las sayas de sus madres y hermanas. Si sois hombres y sabéis tener el palo, no tardarán mucho tiempo en volver el culo. ¡Arrea, Lázaro! ¡Arrea, Firmo!