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Actualizado: 14 de junio de 2025
Entonces, adiós, y buena suerte. Martín fué a casa de un notario de Bayona, le preguntó si los pagarés estaban en regla y, habiéndole dicho que sí, los depositó bajo recibo. El mismo día se fué a Zaro. Guardadme este papel dijo a Bautista y a su hermana dándoles el recibo. Yo me voy. ¿Adónde vas? preguntó Bautista. Martín le explicó sus proyectos. Eso es un disparate dijo Bautista te van a matar.
Lo mismo Capistun que Martín, tenían como punto de descanso el pueblo de Zaro, próximo a San Juan del Pie del Puerto, donde vivía la Ignacia con Bautista. Capistun y Martín conocían, como pocos, los puertos de Ibantelly y de Atchuria, de Alcorrunz y de Larratecoeguia, toda la línea de Mugas de Zugarramurdi.
ZARO. Aunque el Alcaide tenemos Por legítimo señor, De tu crianza el amor Y obligación conocemos. Quien te tuvo por su hermano, No será dificultoso Que te tenga por su esposo. JARIFA. Da, esposo, a todos la mano. ABIND. Los brazos les daré. Aquí Podréis estar a placer, Viendo esta fuente correr.
Decía la Ignacia que Catalina estaba en su casa, en Zaro, desde hacía algunos días. Al principio no había querido oir hablar de Martín, pero ahora le perdonaba y le esperaba. Martín y Bautista se presentaron en Zaro inmediatamente, y los novios se reconciliaron. Se preparó la boda. ¡Qué paz se disfrutaba allí, mientras se mataban en España! La gente trabajaba en el campo.
Se celebró la boda, con la posible solemnidad, en la iglesia de Zaro y luego la fiesta en la casa de Bautista. Hacía todavía frío, y los aldeanos amigos se reunieron en la cocina de la casa, que era grande, hermosa y limpia. En la enorme chimenea redonda se echaron montones de leña, y los invitados cantaron y bebieron hasta bien entrada la noche, al resplandor de las llamas.
Cuatro mozos entraron en el portal y subieron por la escalera. Luschía, mientras tanto, preguntó a Martín: ¿Vosotros de dónde sois? De Zaro. ¿Sois franceses? Sí dijo Bautista. Martín no quiso decir que él no lo era, sabiendo que el decir que era francés podía protegerle. Bueno, bueno murmuró el jefe. Los cuatro aldeanos de la partida que habían entrado en la casa trajeron a dos viejos.
Para llegar a él se pasa por un camino, en algunas partes muy hondo, al cual los arbustos frondosos forman en verano un túnel. A la entrada de Zaro, como en otros pueblos vasco-franceses, hay una gran cruz de madera, muy alta, pintada de rojo, con diversos atributos de la pasión: un gallo, las tenazas, la lanza y los clavos.
Si en dos horas no estaban allá, Capistun debía ganar la frontera y refugiarse en Francia: en Biriatu, en Zaro, donde pudiese. Las mulas volvieron de nuevo camino del puerto, y Zalacaín y su cuñado comenzaron a bajar del monte en línea recta, saltando, deslizándose sobre la nieve, a riesgo de despeñarse. Media hora después, entraban en las calles de Alzate, cuyas puertas se veían cerradas.
Martín contaba bromeando a Catalina la boda de Bautista y de la Ignacia, en Zaro, el banquete celebrado en casa del padre del vasco francés, el discurso del alcalde del pueblecillo... Carlos desfallecía de cólera. Martín le había impedido conquistar a la Ignacia y deshonraba, además, a los Ohandos siendo el novio de su hermana, hablando con ella de noche.
Poco después, Bautista Urbide se presentó en casa de Ohando, habló a doña Águeda, se celebró la boda, y Bautista y la Ignacia fueron a vivir a Zaro, un pueblecillo del país vasco francés. Carlos Ohando enfermó de cólera y de rabia. Su naturaleza, violenta y orgullosa, no podía soportar la humillación de ser vencido; sólo el pensarlo le mortificaba y le corroía el alma.
Palabra del Dia
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