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Actualizado: 16 de noviembre de 2025


Me dijo que me amaba y que había resuelto casarse conmigo. «¿Quiere usted ser mi mujer...?» Yo no sabía qué contestarle; arrugaba mi vigésimoquinto «marinero»; al fin, recobré la sangre fría. «¡Según y cómo!», le dije. «¿Tiene usted algún oficio...?» «No se preocupe; tengo una profesión bastante lucrativa. ¡Lo importante es que yo no le desagradeMe dejé caer sobre una silla, me puse a sollozar y me enjugaba los ojos con el «marinero». Aquella misma noche, el señor Mers venía a buscarme a la salida del almacén con su auto, me llevaba a nuestra casa y pedía mi mano a papá, que estuvo a punto de caer enfermo por la impresión. ¡Ya ve usted...! ¡Un yerno que tenía quince millones! ¡El pobre papá no volvía de su asombro...!

Nada, mamá: todo eso es una tontería, o una prueba, si quieres, de que el bueno de don Paco es un caballero cabal, aunque no tenga los leones, los pajarracos y los otros chirimbolos que tiene su yerno en el escudo. Y si , hija mía, reconoces y confiesas que don Paco es todo un caballero, ¿por qué no le tomas por marido?

Y aún había otra circunstancia que henchía su corazón de indecible alegría. Su padre presentaba a Amaury por yerno a cuantas personas notables entraban en el salón y todo el mundo, al mirar alternativamente a Magdalena y a su novio, parecía decir de un modo unánime que era muy feliz aquel que se iba a unir con una joven tan encantadora. Amaury había cumplido su palabra con rigurosa exactitud.

En efecto, don Camilo podía ser excelente, pero no era el ideal de los novios; tenía sus bravos cuarenta años, una figura poco airosa y vestía con una ropa provinciana de dudosa elegancia. Pero, en cambio, don Camilo era rico; tenía estancias y vacas, y prometía como yerno bajo el punto de vista de lo positivo.

La mañana siguiente, a eso de las diez, bajé al salón y estaba hablando con la Vizcondesa, cuando, con gran sorpresa nuestra, vimos entrar al general, que nos dijo con la mayor alegría: Buenos días, queridos amigos. ¡Cómo!... ¡Dios mío!... ¿De dónde sale mi yerno? ¿Por dónde ha llegado?... No hemos oído entrar el carruaje en el patio.

Estrecha con la sonrisa en los labios la mano de tu yerno, es decir, de ese ladrón de felicidad que viene a robarte tu dicha, si no quieres resignarte a que se diga de ti: »He ahí a Sganarelle, que no permite que su hija Lucinda se case con Clitandro.

Los reumatismos tienen al fin la razón sobre la voluntad; y como era, según ese espléndido Montifiori, una verdadera crueldad, privar por un dolor insignificante de cintura de su yerno, a la pobrecita Blanca, de una noche de ópera, el buen viejo don Ramón, convencido al fin de toda la impertinencia de su enfermedad y de las excelentes razones de su magnífico suegro, se quedaba en su casa con bebé mientras su linda mujercita resistía en Colón la carga de los más peligrosos anteojos de la temporada.

¡Podría no tomarlo, niña! exclamó D.ª Esperanza con voz irritada . Un tronco que ha costado quince mil pesetas.... ¡Pues digo yo si es una gracia de Leandrito! Y siguió buen rato desahogando su furia, casi tan grande como la de su yerno. Castro y Ramoncito se levantaron, al fin, para irse. Mariana, que había tomado con mucha filosofía la desgracia, les invitó a comer.

Ya que don Pablo deseaba el matrimonio de Margalida con el señor y daba palabra de que esto no traería ninguna desgracia a la atlota, podían casarse. Era un gran infortunio para los dos viejos verla marcharse de la isla, pero preferían esta tristeza a conservar a su lado como yerno a Febrer, que les inspiraba un respeto irresistible.

Después del bautismo de la criatura, iba el tío Gorico de casa en casa, refiriendo el júbilo de su yerno, quien ya se volvía hacia la cama donde estaba Nicolasa, ya hacia la cuna donde estaba el niño, y ya se paraba á igual distancia de la cama y de la cuna, y exclamaba, levantando las manos al cielo: ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Qué he hecho yo para ser tan dichoso?

Palabra del Dia

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