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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Puedo decirte cómo es el paisaje lo mismo que si lo estuviera viendo... ¡Es decir, lo estoy viendo, lo estoy viendo de veras! Mira aquí debajo la Puerta de Hierro, las encinas del Pardo que se extiende hasta las faldas del Guadarrama. ¡El Guadarrama! ¡Qué hermosas montañas de color violeta...! Y el cielo, el cielo azul encima, profundo, inmenso, convidando a volar por él.

El toro entró, corriendo tras el forro rojo de la chaqueta, atraído por este adversario digno de él, y volvió su cuarto trasero a la figura de falda negra y cuerpo violeta que, en la estupefacción del peligro, seguía con la lanza bajo el brazo. No tenga mieo, doña Zol: éste ya es mío dijo el torero, pálido aún por la emoción, pero sonriendo, seguro de su destreza.

Recordó la romería de San Blas, en la carretera de la Fábrica Vieja; aquella tarde de sol que era una fiesta del cielo; la torre de la catedral allá arriba, como en la cúspide de un monumento, encaje de piedra obscura sobre fondo de naranja y de violeta de un cielo suave, listado, de nubes largas, estrechas, ondeadas, quietas sobre el abismo, como esperando a que se acostara el sol para cerrar el horizonte.... Sin saber cómo, San Blas anunciaba la primavera; Ana esperaba ya aquellos días en que, con largos intervalos de mal tiempo, aparece un poco de luz que arranca vibraciones de alegría y resplandor al verde dormido de los campos vetustenses; aquellos días que son algo mejor que Abril y Mayo; su esperanza.

Volvió al balcón trémula de impaciencia, triste, como la luz violeta que se difundía por el cielo, con vetas rojas que reflejaban el sol poniente. Iban a perder el tren; tendrían que aguardar hasta el día siguiente. Un contratiempo que trastornaba la seguridad de su huida. Volviose con nervioso movimiento al oír que la llamaban desde la puerta de la habitación: Signora, una lettera.

La cabeza cubierta con un pañuelo de seda, cuyas dos puntas, traídas sobre la frente, formaban como dos pequeños cuernos. Esos pañuelos eran precisamente los que herían los ojos; todos eran de diversos colores, pero predominando siempre aquel rojo lacre ardiente, más intenso aún que el llamado en Europa lava del Vesubio; luego, un amarillo rugiente, un violeta tornasolado, ¡qué yo!

El cántico de Violeta tornó a aparecer lleno de dulzura melancólica y de pasión. La voz de María sollozaba de tal suerte al interpretarlo, que el corazón se oprimía y las lágrimas brotaban en los ojos. Un solo perro, el del comercio de quincalla, siguió ladrando con persistencia sumamente incómoda, pues la voz de la cantante no acababa de llegar a los oídos del público con la debida pureza.

Sin duda por esto le volvió la espalda, dirigiendo sus miradas más allá del peñón en que está asentada Mónaco. Eso es hermoso, profesor: uno de los panoramas más dulces que existen. Por algo viene aquí la gente de todos los extremos de la tierra. Fijó su vista en unas montañas de color violeta que avanzaban sobre el mar en último término, como el final de un mundo.

De esto procuran muchos eximirse apelando á artículos de diccionario que contiene lo bastante para hablar de todo sin entender de nada; pero la razon y la experiencia manifiestan que semejante método no puede servir sino á formar lo que llamamos eruditos á la violeta.

Pero este vástago perdía de pronto su rigidez, tomando la forma de una sanguijuela que se estiraba sin llegar con su boca al Océano. Un espacio de color violeta quedaba entre la superficie atlántica y el extremo de la manga; y sin embargo, no por esto dejaba de verificarse la colosal succión.

Y estas luces iban pasando en su gradación por los más diversos colores: violeta, púrpura, rojo anaranjado, azul, y, sobre todo, verde. Los pulpos gigantescos se iluminaban al percibir la proximidad de una víctima como soles lívidos, moviendo sus brazos de mortífero tirón.

Palabra del Dia

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