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Actualizado: 17 de julio de 2025
Hízose el silencio aún más embarazoso y el geniecillo maléfico de la hilaridad comenzó a revolotear en torno de los comensales, como si a todos ocurriese que las plumas arrancadas a Jacobo salían del pellejo de Villamelón.
Harto al cabo de chulas y de lorettes, de toros y de handicaps, de manzanilla y champagne, de callos y de foie-gras, resolvió a los treinta años dar fin; esto es, casarse... Mas para que Villamelón diese fin, preciso era que alguna hija de Eva diese principio, puesto que por una de esas anomalías que tienen su razón de ser en el torcido criterio de ciertas clases sociales, se ha convenido en que el hombre piensa dar fin en aquel mismo matrimonio en que juzga la mujer dar principio.
Y al decir Currita: «Habla tú», dio un golpecito con la punta de su abanico en el hombro del marqués de Villamelón, su caro esposo.
Ansioso de pisar suelo africano y teñir su espada virgen en sangre agarena, saltó Villamelón a tierra, en el sitio que llaman de Cabo Negro, con ánimos bastantes para atravesar todo Marruecos y llegar a Túnez, donde un su abuelo había ganado la Grandeza entrando en la Alcazaba con don Juan de Austria... Mas de repente brotaron de entre las cerradas malezas que cubrían la rojiza playa como el áspero vello de una fiera bestia, varios rifeños dispersos, que recibieron a los exploradores con el fuego de sus espingardas... Villamelón no titubeó un momento: olvidóse de Marruecos, renunció a Túnez y renegó de aquel su abuelo que ganó la Grandeza en la Alcazaba, para ganar él la chalupa a toda prisa y refugiarse en el último rincón de su camarote de la Blanca, sin que volviese a subir sobre cubierta, hasta regresar de nuevo a la Península con patente de enfermo.
El despertar de Villamelón fue horrible: la imagen del terror había quedado grabada de antiguo en su cerebro, bajo la forma de los salvajes rifeños de África, y ellos, con sus espingardas, fueron los primeros fantasmas que vio asomar en su imaginación en ese primer momento de confusión de ideas que sigue al despertar de todo hombre.
El caso era portentoso, y asustado Fernando al cerciorarse de ello, retiró la nariz prontamente... El tierno Villamelón había venido al mundo con toda la dentadura completa. Enrique IV nació con dos dientes, Mirabeau con dos muelas, y quien de tal modo superaba al gran rey, y se sobreponía al famoso tribuno, preciso era que diese también de sí grandes cosas.
Encogíanse algunos de hombros; otros se echaban a reír; contestábanle todos que no, y Villamelón seguía adelante con su enigmático empeño.
Lo tengo dicho: siempre se me indigesta. ¿Me entiendes?... ¡Vaya por Dios, vida mía!... Mira, pasea un poquito y eso te vendrá bien... Acompaña a Leopoldina y vuélvete pronto... Y cada vez más impaciente, advirtió a esta por lo bajo: Que no se huela Carmen a lo que vas... Mira que las pesca al vuelo. Villamelón, haciendo figuras, se atrevió a decir: Quizá en casa...
Jamás había pasado el pacífico portero de Villamelón susto tan tremendo como el que le tenía reservado el señor gobernador de Madrid para aquel día memorable, 26 de junio... Eran las diez de la mañana, y Baltasar, sin haberse vestido aún la larga librea azul, con anchas franjas en las bocamangas y cuello, cubiertas de escudos heráldicos, limpiaba cuidadosamente el polvo a las soberbias arcas florentinas, los enormes sitiales antiguos y las armaduras de brillante acero que adornaban el vestíbulo.
Y, sin pérdida de tiempo, púsose a escribir un atento B. L. M. al marqués de Villamelón, presentándole mil excusas por el mal rato que le había dado aquella mañana, anunciándole la devolución de los papeles incautados y suplicándole cortésmente los repasase uno a uno y muy en particular las veinticinco cartas del paquete, no fuera que por casualidad se hubiese alguna de ellas traspapelado.
Palabra del Dia
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