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Ocupólo este entonces con la mayor frescura y dando una gran palmada en el muslo a Villamelón, díjole tal atrocidad, relativa a su entripado, que Jacobo y Leopoldina se miraron espontáneamente, como quien dice: «¡Animal!». Currita, muy enfadada, dijo: ¡Jesús, hombre, qué cosas tienes!... ¡Eres shoking, shoking, de veras!

Miraron todos a Currita con grande extrañeza y aire de pregunta al saber la marcha de Jacobo, y Villamelón, suspendiendo por un momento la actividad febril con que manejaba el trinchante de oro macizo, regalo de Fernando VII, dijo con voz lastimosa: ¡Jacobo anda mal y me da pena!...

Mientras tanto, dormía Villamelón el sueño del justo. Currita, por el contrario, levantada contra su costumbre desde muy temprano, como si algo esperase, notó al punto el alboroto; púsose muy pálida, y una sonrisa de diablillo crispó por un momento sus delgados labios.

Saludáronse ambos personajes con grandes cortesías, y Currita, con el airecillo de princesa de los Ursinos, propio de las mujeres cuando juegan en público a las muñecas con los hombres políticos, comenzó a caminar entre ellos hacia la puerta de la Saleta. Allí la esperaba Villamelón, nervioso, azorado, impaciente, mirando sin cesar hacia la entrada de la escalera...

Esta ilustre salvaje civilizada era la excelentísima señora doña Francisca de Borja Solís y Gorbea, condesa de Albornoz, marquesa de Catañalzor, dos veces grande de España por derecho propio, y marquesa de Villamelón y de Paracuéllar, con otra Grandeza, por el héroe de la batalla navo-terrestre de Cabo Negro, su ilustre marido.

El trabajo de la elección, l'embarras du choix, como él mismo decía, no fue para Villamelón grande, porque en ningún orden de ideas era descontentadizo.

Usted lo ha de ver, Martínez prosiguió Villamelón ; el jueves próximo haré servir los dos pasteles sin decir lo que contienen, y veremos por cuál se declaran las opiniones. ¿Me entiende usted, Martínez?... Excuso decirle que cuento con su voto.

¡Si no tiene formalidad ninguna! replicó Villamelón muy impaciente . Apuesto a que llega tarde. ¿Sabes? Y como si el reloj de Palacio quisiera aumentar su zozobra, dio en aquel momento la una y tres cuartos. Villamelón ofreció el brazo a la Valdivieso para subir la gran escalera, y Currita subió detrás apoyada en el del buey Apis.

Sea, pues, más cauto en lo sucesivo el ilustre diplomático, si no quiere que se haga sobre su persona la reflexión que sobre el embajador polaco hacía Carlos V». Villamelón y Currita leyeron cada uno por su parte todas estas noticias y guardáronse muy bien de comunicarse mutuamente sus impresiones, pareciéndole a ella más prudente hacerse la sueca y a él más fácil hacerse el desentendido.

Siempre está con Benito arriba, Benito abajo... Diógenes gritó desde su asiento: Pero, Villamelón..., quiero decir, ¡majadero!... ¡Si no se llama Benito!... ¡Ay! Es verdad, que era... ¿Cómo era?... Jacobo. ¡Eso es, Jacobo!... Pues dispensa, Jacobo; pero tengo una memoria infelicísima, y lo peor es que cada día se me va debilitando...