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Frescos brillantes, fastuosos, casi lascivos; apoteosis de Bonaparte, hombres ilustres de la república y del imperio; Fenelon, Malesherbes, Mirabeau, Voltaire, Rousseau, Lafayette, Carnot, Manuel, Monge, Laplace, David, Bichat, Lagrange: es decir, allí está todo lo que debe estar en un arco de triunfo, en una academia, en un teatro, en un cementerio, en un museo, en un alcázar: no hay nada de lo que debe haber en una iglesia: victorias, apoteosis griegas, pinturas romanas, la libertad, el genio, el valor, la ciencia, la historia; guerreros, teólogos, protestantes, cismáticos, realistas, republicanos, poetas, cirujanos, matemáticos, críticos, filósofos, inventores; todo eso he visto allí: no he visto un santo.

Veo que eres el prototipo de los hombres de nuestro siglo, que creen poseer la ciencia infusa; que con pasarse una hora por la mañana en la Cámara, otra en la Sorbona por la tarde y otra en el teatro por la noche, se consideran capaces de eclipsar la gloria de Mirabeau, de Cuvier y de Geoffroy, juzgando todas las cosas desde la altura de su ingenio y dejando caer con desdén sus fallos de salón en la balanza donde se pesan los destinos de la humanidad... ¿Conque ayer te felicitó el ministro? ¡Enhorabuena!

En el centro, Mirabeau, Barnave, los Lameth, Lafayette, Lally-Tollendal... queriendo unir en un abrazo de conciliación el pasado y el porvenir, regenerar la monarquía por medio de la libertad, ponderar la libertad por medio de la institución monárquica...

Se le tenía como una especie de oráculo: la comarca entera consultábale todo los asuntos, hasta los más íntimos. Había estado en relación con todos los hombres eminentes de la Asamblea Constituyente, de la ciencia y de la literatura: M. de Buffon, Mirabeau, los economistas y los filósofos.

El caso era portentoso, y asustado Fernando al cerciorarse de ello, retiró la nariz prontamente... El tierno Villamelón había venido al mundo con toda la dentadura completa. Enrique IV nació con dos dientes, Mirabeau con dos muelas, y quien de tal modo superaba al gran rey, y se sobreponía al famoso tribuno, preciso era que diese también de grandes cosas.

Aquí se reunia la Convención: Luis XVI pasó por esta calle al dirigirse á la guillotina: desde aquí alcanzo la plaza de la Bastilla, donde el pueblo desplegó su omnipotencia; esta casa que sale á nuestro paso cobijó á Mirabeau, palanca poderosa de la revolucion que trabajó en pro de sus triunfos mas de lo que él suponia; aquí vivió Marat; Camille Desmoulins soñó tiernas escenas de amor al lado de su amada Lucila en el cuarto que estamos visitando; en este palacio de la plaza de la Greve, se reunia el tribunal que presidió Robespierre; aquí la morada de Danton; miremos en nuestro derredor al pueblo que nos cerca, es el mismo que con el pendon de la libertad por guia ha paseado la Europa; estos que nos rodean son los del año 30, los de las jornadas del 48; aquí se resuelven hoy todas las cuestiones de Europa; Paris es en nuestros dias la capital del mundo; aquí vive el secreto del porvenir: Voltaire vivió en la casa que ahora contemplamos; mirad esa modesta vivienda que cobijó á Rousseau; el arte habita hoy esta metrópoli; Rossini y Meyerbeer, Verdi y Auber, los poetas y los filósofos, los artistas y los políticos, toda la aristocracia europea del talento, pasa á nuestro lado; los monumentos nos cercan, la actividad nos aturde.

Eso digo yo, Sr. D. José. ¿Por qué todo esto no ha de ser nuestro? A ver, ¿qué razón hay? ¿Qué pecado hemos cometido usted y yo para no vivir aquí? Justamente: ese es mi tema. Hay que decir las cosas muy claritas. Que venga esa revolución, que venga. ¿Somos iguales, o no? afirmó Miquis con acento de Mirabeau. Así es que yo no me explico...».

Calletano Rodriguez en la oracion fúnebre á Belgrano, hablando de la gloria. Porque el genio es un pobre jornalero Que fecunda la tierra con afan. Y en la palabra que batía en brecha Cuatro tablas que alzó la vanidad. Alusion á las célebres palabras de Mirabeau en los Estados Generales. Flor que ostenta del iris los colores Sin el perfume que la rosa .

¿Qué es esto? preguntamos á nuestro guia. Ahí, contestó este, estuvieron los restos de Mirabeau y de Marat. ¿No están ahora? No, señor. ¿Quién desalojó sus cenizas de este asilo sagrado? La Convencion Nacional. ¿Por qué? El conserje movió la cabeza. Todos nos echamos á reir.