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Actualizado: 9 de junio de 2025


Movimientos de una cultura glacial, de una rigidez automática, aunque sin afectación. Es el tipo de la severa seriedad republicana, como Luis XIV lo fue de la pomposa seriedad monárquica.

Difícil es hoy al espíritu darse cuenta de la situación intelectual de una sociedad sudamericana hasta principios de nuestro siglo. No teníamos la tradición monárquica, que implica por lo menos un ideal, un respeto, algo arriba de la controversia minadora de la vida real.

En el centro, Mirabeau, Barnave, los Lameth, Lafayette, Lally-Tollendal... queriendo unir en un abrazo de conciliación el pasado y el porvenir, regenerar la monarquía por medio de la libertad, ponderar la libertad por medio de la institución monárquica...

Pero con gran sorpresa observaron que ningún ruido turbaba la paz augusta del Alcázar. Parecía que la institución monárquica dormía aún en él, tranquila y sosegada, como en los buenos tiempos. En la mañana del 30, Cándida entró muy sofocada. «¿No saben lo que pasadijo antes de saludar. «¿Qué, señora, quépreguntaron todos con la mayor ansiedad, creyendo que algo muy estupendo había ocurrido.

Puede ser viejo el rey, como el de Austria, pero está siempre llena toda Austria y toda Hungría de príncipes y princesas, de infantes y de infantas, de archiduques y archiduquesas, de juventud monárquica, en una palabra». Y menos mal arguye Petrona cuando, aunque viejita, hay presidenta. Pero ahora... Tampoco la había me atrevo a insinuar cuando mandaba don Victorino.

Bajo la enseñanza religiosa, la Francia monárquica llegó a ser más republicana y más librepensadora que la Inglaterra liberal, cuyo Parlamento votaba, en 1840, 30.000 libras para escuelas y 70.000 para las caballerizas del rey.

De común acuerdo, las operarias detestaban a Olózaga, llamándole «el viejo del borrego» porque andaba el muy indino buscando un rey que no nos hacía maldita la falta... sólo por cogerse él para embajadas y otras prebendas; hablar de González Bravo era promover un motín; con Prim estaban a mal, porque se inclinaba a la forma monárquica; a Serrano había que darle de codo; era un ambicioso hipócrita, muy capaz, si pudiese, de hacerse rey o emperador, cuando menos.

Decía, en 1629, el Padre Maestro Fray Benito de Peñalosa y Mondragón, en un curiosísimo libro que dio a la estampa, que el ser España muy católica y muy monárquica, y el tener otras tres excelencias más, causaban su despoblación y su ruina. Lo mismo asegura Buckle, en perfecta consonancia con el Padre Peñalosa, a quien ha adivinado y no leído.

Un Nuezvana, licenciado en derecho canónico, orador ampuloso y ergotista, figura entre los que proclamaban la necesidad de una restauración monárquica como régimen argentino. Los Nuezvanas siempre fueron algo fastuosos. Un Ebro, militar aguerrido, tuvo gran importancia en las guerras gauchas, combatiendo al Chacho y a Facundo Quiroga.

Durante la deshecha borrasca de ideas políticas que se alzó de pronto, observose que el campo y las ciudades situadas tierra adentro se inclinaron a la tradición monárquica, mientras las poblaciones fabriles y comerciales, y los puertos de mar, aclamaron la república.

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