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Recordó que era la joven que había visto días antes a los pies de don Custodio junto a un confesonario del trasaltar. Aquella tarde no la había reconocido. Tenía facha de sabandija de sacristía... de cualquier cosa. Los rumores continuaban. De vez en cuando se oía el ruido de un golpe seco. Detrás de la vidriera iluminada pasaba de tarde en tarde un cuerpo obscuro.

El detenido fue puesto en libertad, y más tarde, se jactaba del robo y de su astucia, diciendo: ¡Amigo, que son mulitas !... ¡Yo tenía en la puerta de la platería un carro cargado de pasto verde, pero arreglado con un hueco en el medio; pasé, tiré la vidriera y seguí corriendo, seguido del platero! ¡Pobre hombre! ¡Ni coceó, y el carro se fue con la vidriera, mientras a me enloquecían a preguntas en la comisaría!... ¡Vivos los mozos!

Montiño entregó la carta al padre Aliaga, que se levantó y fué á leerla junto á la vidriera de un balcón. El padre Aliaga leyó y releyó aquella carta. Luego volvió junto al cocinero mayor. ¿Sabe esto alguien? dijo guardando la carta del difunto Pedro Montiño, con gran cuidado el cocinero. , señor exclamó Montiño ; lo sabe una mujer. ¿Qué mujer es esa? Doña Clara Soldevilla.

La verdad me ha salvado siempre y me salvará ahora. Usted ha dicho cosas infernales que desgarran el corazón de mi amiga, y las ha dicho porque creía que hablaba sólo conmigo. Pues la he engañado a usted, porque Jacinta está escondida en aquella alcoba». Diciéndolo, corrió hacia la puerta vidriera y la empujó.

Don Juan vuelve de nuevo a pasear, atento el oído hacía la puerta y fruncido el entrecejo por el enojo. Empieza a desconfiar. «¡No viene! ¿Qué ridículo miedo, qué recelo se le habrá metido en el alma? ¡Virtud de última horaTorna al balcón, apoya la cabeza en la vidriera, que se empaña con el vaho de su aliento, y exclama, hablando solo: ¡Gracias a Dios! ¡Allí está!

Al llegar y reconocer el número de la casa, entrole tal espanto, que se retiró, huyendo de la calle y del barrio... Al día siguiente hizo un segundo esfuerzo y pudo entrar en el portal; pero ante la vidriera que daba paso a la escalera, se detuvo. Le aterraba la idea de subir, y de su mente se había borrado todo lo que pensaba decirle.

Yo no debiera pensar más en él y dar mi mano al regidor; pero ansí que cierro los ojos, le veo en mi mente con su lindo rostro tan pálido, la capa levantada por el estoque y la gran pluma negra que estila agregó figurándola con el gesto al costado de su cabeza. Nunca me acontece confundir sus pasos en la calle, cuando corro a la vidriera.

El concienzudo Navarrete no pudo, en verdad, hallarlos; pero las ingeniosas y divertidas escenas de la vida y costumbres de los estudiantes de esta Universidad, que se leen en El licenciado Vidriera, en La tía fingida y en la segunda parte del Don Quijote, demuestran suficientemente que sólo pudo trazarlas quien las vió y estudió por mismo.

Una mañana el platero tomaba su desayuno, cuando de repente ve entrar al negocio a un pardo grande y fornido, que levantando en alto la vidriera corría hacia la calle. Se echó tras él y consiguió hacerlo detener, pero ya no llevaba la vidriera ni fue posible dar con ella por más pesquisas que se hicieron.

Al acariciar la vidriera advirtió que el vidrio estaba encerrado en un armazón de plomo. Entonces decidió arrancarlo con las manos, y tan valerosamente emprendió la tarea que acabó por conducirla a buen término.