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Actualizado: 9 de octubre de 2025
Imagínense ustedes una gigantesca lámpara Cárcel, de seis filas de mecheros, en torno de la cual giran lentamente las paredes de la linterna, unas cerradas por enorme lente de cristal, otras abiertas a una gran vidriera fija que preserva del viento a la llama... Al entrar me deslumbraba.
Si el viento o el granizo rompe una vidriera de las naves, podemos echar mano de los vidrios sobrantes que nos dejaron los señores Obreros de otros siglos. ¡Ay, Señor, Dios mío! ¡Y pensar que hubo una época en que el cabildo mantenía a sus expensas, dentro del templo, talleres de pintores de vidrio, de plomeros y qué sé yo cuántos más, pudiendo hacer grandes obras sin buscar auxilio fuera de casa!
Al juez todo se le volvía acomodar a los visitadores, insistiendo mucho en si al marqués de Ulloa le convenía la luz de frente o estaría mejor de espaldas a la vidriera; al mismo tiempo lanzaba ojeadas de sobresalto en derredor, porque le iba sabiendo mal la tardanza de su mujer en presentarse.
Le imponía tanta magnificencia: la escalera toda de mármol, con dos leonazos melenudos al pie, a derecha e izquierda, las fauces abiertas, como si quisieran tragarse al incauto visitante; en el primer descanso, plantas exóticas; arriba, una vidriera de colores, y cuando la puerta se abría, veíase lujoso recibimiento, con estatuas y cuadros.
El sereno cantó las doce a lo lejos. Poco después cesó el ruido apagado y confuso de voces. El Magistral esperó. No volvió el rumor. «Ya no reñían». La claridad de la vidriera desapareció de repente. El Magistral siguió espiando el silencio. Nada; ni voces ni luz. El sereno volvió a cantar las doce... más lejos. De Pas respiró con fuerza y dijo entre dientes: ¡Ya estará durmiéndola!
Paz, al verle marchar, se entró a su gabinete, y desde allí, apoyada la frente en la vidriera del balcón, le vio perderse entre los árboles del paseo, como el primer día que se hablaron. En seguida se echó en una butaca y lloró, sin que el dejo dulcísimo de aquel beso, que aún creía sentir sobre la boca, bastase a mitigar la amargura que la inundaba el alma.
Todos los años corren a un presidente, y de vez en cuando fusilan al que alcanzan y queman el cadáver para que no deje semilla. «Y yo estoy por la sivilisasión, ¿sabe, amigo?...» Vámonos allá para no oírle. Se sentaron en el extremo del paseo que daba sobre la proa, entre las ventanas del salón y una gran vidriera desde la cual se abarcaba toda la parte anterior del navío.
No; vámonos murmuró la muchacha . Fuera de aquí hablaremos; gritaré lo que quieras. ¡Quererse por primera vez en un cementerio!... Esto da mala sombra; acabaremos mal. Vámonos, Isidro. Tiraba de él poseída de un terror infantil, y el joven la siguió. Pero al pasar bajo el arco que daba entrada al ábside, Isidro la detuvo, lanzando una exclamación de asombro. La luz de la vidriera envolvía a Feli.
Freya se presentaría con el retraso de una viajera que acaba de llegar y está ocupada en el arreglo de su persona. Almorzó mal, mirando continuamente una gran vidriera con dibujos de barcos, peces y gaviotas, atragantándosele el bocado cada vez que se abrían sus hojas policromas. Y llegó al final del almuerzo, y tomó lentamente su café, sin que ella apareciese.
Arriba, en el vestíbulo, nadie: muebles por todos lados, rollos de alfombra y de cuerdas, espejos arrimados a la pared; algunas plantas, maltratadas, tristes en medio del desorden: las puertas abiertas, mostrando el piso desnudo de las habitaciones... el sol, a través de la vidriera, pintaba preciosos cuadritos de color sobre las losas de mármol... allá dentro, se oía mucho bregar y voces y el canto alegre de un canario.
Palabra del Dia
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