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Actualizado: 9 de octubre de 2025
Lo primero que pudo ver fué un ventanal, más ancho que alto, con vidrios de colores. Una walkyria galopaba en él, con la lanza en alto y la cabellera flotante, sobre un caballo negro que expelía fuego por las narices. A la luz difusa de la vidriera columbró tapices en las paredes y un diván profundo con almohadones floreados.
El recuerdo de su tierna novia, pura y riente en la cama de que se había destendido una punta para él, encendía la promesa de una voluptuosidad íntegra, a la que no había robado ni el más pequeño diamante. A la noche siguiente, al llegar a lo de Arrizabalaga, Nébel halló el zaguán oscuro. Después de largo rato, la sirvienta entreabrió la vidriera: No están las señoras.
Se hizo el silencio en torno a aquella voz armoniosa que ejercía un milagroso imperio en la familia, y Carmen, bajo la protección de aquel influjo bienhechor, se apresuró a obedecer. Salieron a la huerta por la puerta vidriera del pasillo. La miraba el marino intensamente, con una delicia manifiesta; ella sentía una turbación extraña.
Ni las piedras. Jamás faltó al secreto. Cuando Pepe pasaba dos o tres días sin ver a Paz la escribía, y Pateta, a la hora de salir del trabajo, emprendía el camino del hôtel, donde ella, prevenida por la impaciencia, le aguardaba tras la vidriera del balcón de su cuarto.
Y si el maestro asombraba a la ciudad saliendo a paseo en pleno invierno con traje de hilo blanco, ellos, por no quedar a la zaga, afeitábanse la cabeza y las cejas y asomaban tras la vidriera sus testas como bolas de billar, con gran alborozo de la ciudad, que acudía a ver los «chinos de Cupido». Una inundación era para el barbero un gran día.
Otras veces, cuando el maestro experimentaba una sensación de bienestar animal con un libro en la mano junto á la estufa roncadora, viendo á través de la vidriera la tarde gris y lluviosa, se presentaba de repente el discípulo: ¡Pronto... á la calle! Va á venir una mujer.
Del sexo masculino asistían los poquísimos que en Madrid estaban, y eran de la clase más baja; pero es el verano muy democratizante, y mis queridos Bringas, anhelosos de sociedad, no se desdeñaban de alternar, en una tertulia al raso, con porteros de Banda y de Vidriera, con el encargado del Guardamuebles, con el ayudante de Platería, con dos casilleres, gente toda de seis mil reales para abajo.
Aún intentó un esfuerzo para dominar situación tan penosa, y echando miradas de alarma a la vidriera de su alcoba, dijo: «Pero usted... no reflexiona... que...». No pudo concluir esta frase trivial. La otra, que siendo cifra de todas las debilidades humanas, parecía más fuerte que la gran doctora y santa, se permitió sonreír oyéndola. «¿Y qué saco de reflexionar? Mientras más reflexiono peor».
Aunque el palacio se mantenía lo mismo por fuera, á partir de la escalinata imitaba el interior de un castillo antiguo. No quedaba una ventana sin vidriera de colores, ni una pieza que no estuviese en una penumbra de bodega. Todo el gótico convencional inventado por los constructores modernos era empleado en esta restauración deseada por la princesa.
Una mariposa nocturna pasó rozándome la frente. Encendí la bujía y cerré la vidriera. Allí estaba mi lecho de niño: la camita de hierro con sus blancas colgaduras, y por la cual había yo suspirado tantas veces en el frío y desolado dormitorio del colegio. Allí estaba el aguamanil provisto de todo, con su toalla tejida por la tía Pepa.
Palabra del Dia
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