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De allí pasó a otra habitación mucho mayor, todavía iluminada por un leve resto de luz diurna, que entraba por alta vidriera. Lucía no dudó ni un instante de su acierto: aquella cámara debía de ser la de Artegui.

La tuve, no obstante. Esperé con paciencia un rato, asomando de cuando en cuando la cabeza para cerciorarme de que no se había movido. El corazón me latía fuertemente. Difícil me hubiera sido continuar en aquel estado mucho tiempo; pero quiso la suerte que no sucediese. Al dar el reloj las doce se cerró la vidriera de la ventana y Suárez se separó de ella.

Generalmente, la muchacha abría la puerta de la sala y por la rendija echaba la carta; pero aquel día hasta este recurso faltó, porque estando sin cerrar la vidriera de colores, a causa de la limpieza, del recibimiento se veía todo lo que pasaba en la escalera; hubo que esperar la hora de Palermo.

Cae la tarde; el amigo a quien esperas, no viene; la mujer querida está lejos, y aún no te llaman para comer. Luego el tiempo cierra en lluvia; y , apoyada la frente en la vidriera del balcón, te aburres viendo la inmensa comba de agua que se desprende de las nubes.

De nuevo creyó ver al extremo del corredor, al pie de la escalera de las secciones, destacándose sobre la vidriera de salida, aquellas plumas negras y ondulantes. Se abrió paso entre los grupos, sordo a las felicitaciones, empujando a los que le tendían la mano y tropezó en la cancela de cristales con dos compañeros que miraban hacia fuera con ojos de entusiasmo. ¡Qué hembra! ¿eh?

A pesar de todo, mi vista se acostumbraba poco a poco a ello, concluyendo yo por sentarme al pie mismo de la lámpara, junto al torrero que leía su Plutarco en alta voz, por temor a dormirse. Allá fuera, la obscuridad, el abismo. En el balconcillo que circunda a la vidriera, el viento corre aullando como un loco. Cruje el faro, la mar brama.

En una de las esquinas de la pieza, ocupando a lo sumo un espacio de metro y medio cuadrado, un joven suizo había instalado su vidriera y su mesita de relojero. Más de una vez tuve el impulso de ir a conversar con el pobre relojero; pero a mi vez, estaba tan nervioso e irascible, que acabé por fastidiarme hasta del infeliz que tenía delante.

Quedóse parado delante de la palangana, en mangas de camisa y sin saber qué hacer, hasta que, convencido de la imposibilidad de refrescarse con agua, quiso al menos tomar un baño de aire, y abrió la vidriera. Lo que abarcaba la vista le dejó encantado. El valle ascendía en suave pendiente, extendiendo ante los Pazos toda la lozanía de su ladera más feraz.

El piso, principal de los antiguos, era muy bajo, y don José tenía colocada la butaca junto a la vidriera de modo que Pepe, gracias a la empinada cuesta que allí forma la calle, podía ver a su padre desde la acera opuesta, sin que Paz se diera cuenta de ello. Engracia levantaba en los brazos a su hijo que, alegre y sonriente, movía las manitas correspondiendo a la despedida de Pepe.

No brillaba allí otra luz que la de un rayo de luna que entraba por la polvorosa vidriera, y daba de lleno en las páginas de un libro enorme como un himnario, abierto sobre un facistol de forja todo negro.