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Actualizado: 2 de junio de 2025


El primero es chupar los cuerpos enfermos, oficio propio de sus caciques y capitanes, que en su idioma llaman Iriabós, los cuales con este oficio se hacen mucho lugar entre los naturales, con harta ganancia, porque en vez de guisar la gallina y las otras viandas más exquisitas para el enfermo, se lo come todo el chupador, y al enfermo no le dan sino la ordinaria vianda de un puñado de maíz bien mal cocido; y si no lo quieren comer, no les da mucho cuidado, contentos con la respuesta del enfermo: ¿cómo he de comer si no tengo gana?

Es necesario comprar cacerolas, vasijas, todo lo indispensable para preparar la vianda que quiere Dorotea. Vamos, pues. No había pasado una hora, cuando Montiño, ayudado por el bufón, guisaba sin mandil y sin gorro, sin más oficial ni galopín que el tío Manolillo, en la cocina de una casa deshabitada. Eran las dos de la tarde.

Sucedióme un día la mejor cosa del mundo, que, aunque es en mi afrenta, la he de contar. Yo me recogía en mi posada, el día que escribía comedia, al desván; y allí me estaba y allí comía. Subía una moza con la vianda y dejábamela allí. Yo tenía por costumbre escribir representando recio, como si lo hiciera en el tablado.

La mesonera trae un cuenco de recia porcelana con diminutos pedazos de carne frita; después pone sobre la mesa una botella llena de una misteriosa mixtura amarilla. Dice que es vino. Yo como filosóficamente de la carne frita e intento sorber el acedo brebaje. El perro pequeño ladra y salta; el galgo negro se acerca mansamente y pone su hocico sobre mi muslo. ¿Me voy a comer toda la vianda?

Pensaba si sería bien comedirme a convidalle; mas por me haber dicho que había comido, temía me no aceptaría el convite. Finalmente, yo deseaba aquel pecador ayudase a su trabajo del mío, y se desayunase como el día antes hizo, pues había mejor aparejo, por ser mejor la vianda y menos mi hambre.

11 Y el sacerdote hará de ello perfume sobre el altar; [y esto será] vianda de ofrenda encendida al SE

2 Y si alguno piensa que sabe algo, aún no sabe nada como le conviene saber. 3 Mas el que ama a Dios, el tal es enseñado de Dios. 4 Acerca, pues, de las viandas que son sacrificadas a los ídolos, sabemos que el ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un sólo Dios. 8 La vianda no nos hace más aceptos a Dios; ni porque comamos, seremos más ricos; ni porque no comamos, seremos más pobres.

Como el embajador se fué a sentar a la mesa, él hizo lo mesmo, llegando una silla se puso a un lado; yo iba por la vianda, y veo que otros dos gerifaltes como él entraban por el corredor, y como lo vieron comiendo, dijo el uno al otro: "¡Voto a tal!, que parece que el pecado nos ata los pies, que siempre este chocarrero nos gana por la mano; que su padre no se hartó de calzarme borceguíes en Córdoba, donde tiene su ejecutoria en el techo de la iglesia mayor; ésta es la desventura nuestra, que si pasamos veinte caballeros a Italia, vienen cien infames cual éste a quererse igualar, haciéndose de los godos; como entienden que no los conocen, piensan que engomándose el bigote y arrojando cuatro plumas han alcanzado la nobleza y valentía, siendo unos infames gallinas, pues no pelean plumas ni bigotes, sino corazones y hombres; vámonos, que yo le haré que desocupe nuestros cuarteles y busque rancho."

¡Cuerpo de Baco! exclamó aquel hombre , ¿venís ú os disparan, tío? Aquel hombre era don Francisco de Quevedo. El bufón no le contestó: por cima del hombro de Quevedo había visto un paje talludo, rubicundo, que llevaba sobre las palmas de las manos una vianda adornada con yerbas verdes. ¡Allí tal vez!... ¡en aquel plato!... dijo el bufón ¡soltad, vive Dios, ú os mato!...

Pero no estaba mal herido el sargento mayor don Juan de Guzmán, que ha estado yendo y viniendo al lecho de don Rodrigo, y como don Juan de Guzmán era amante de Luisa, la mujer del imbécil cocinero de su majestad, y como de las cocinas baja la vianda para la reina, Luisa pudo hacer que ciertos polvos entrasen en uno de los platos del almuerzo de su majestad.

Palabra del Dia

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