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»Y a todo esto ¿hemos de vestir de estameña, y mostrar el rostro compungido, inclinado al suelo, y hemos de dar tormento al marido con la inquisición en casa, y con el huir los paseos, y negarse al trato del mundo?

Esto me vuelve loca. ¡Maldita sea la necesidad, que no es otra cosa sino lo que antes se llamaba el Diablo! La decencia del vestir, la delicadeza en el comer, el aseo y las comodidades, que son tan necesarias a ciertas personas como el aire y la luz, nos matan el alma... ¡Que venga Dios en persona a sacarme de este círculo maldito!

Como era tan presumida y extravagante en su vestir, creí que doña Flora preparaba para su propio cuerpo aquellas vestimentas; pero luego conocí, viendo su gran número, que eran prendas de comparsa de teatro, cabalgata o cosa de este jaez.

Si el movimiento de las gentes que circulan en la calle es curioso en un sentido, el de las que hormiguean bajo las arcadas y visitan las tiendas no es ménos entretenido Allí se codean: el indolente y espiritual frances, haciendo comentarios que revelan su eterno buen humor; el inglés vestido como un dandy, grave, tieso, altivo, maravillado de todo lo que ve, pero muy reservado en sus manifestaciones el aleman de las ciudades, locuaz hasta el prodigio, armado de su enorme pipa de porcelana y tubo de madera por donde arroja torrentes de humo, descuidado, brusco y casi primitivo en sus maneras, pero bondadoso y amable hasta hacerse perdonar sus toscos modales; la bernesa elegante, de rubia y hermosa cabellera, pero de fisonomía poco expresiva y belleza muy dudosa; en fin, el negociante activo, negligente en el vestir y preocupado solo con sus compras ó ventas.

Su vida, sin embargo, a pesar de soplarle la fortuna, en nada había cambiado: acostábase al lado de su tonel, en un mal bodegón, y renovaba la paja de su lecho sólo dos veces al mes. Su traje de pana estaba más remendado que el vestido de un arlequín. La verdad es que en vestir habría gastado bien poco, a no ser por los malditos zapatos que consumían cada mes un kilogramo de clavos.

Yo he hecho a la Virgen una promesa sagrada: he prometido que si da la vista a mi primo he de recoger al pobre más pobre que encuentre, dándole todo lo necesario para que pueda olvidar completamente su pobreza, haciéndole enteramente igual a por las comodidades y el bienestar de la vida. Para esto no basta vestir a una persona, ni sentarla delante de una mesa donde haya sopa y carne.

Tristán de Horla, continuó éste, en los dos meses de vuestro noviciado habéis dado pruebas evidentes de perversidad y de que por ningún concepto merecéis vestir el blanco hábito símbolo de un espíritu sin mancha.

No se veía por ninguna parte un libro. Papá, aquí está el señor Sanjurjo. Voy allá respondieron de la alcoba. Y a los pocos instantes, levantando el portier de seda encarnada con greca amarilla, se presentó el conde a medio vestir aún, con un batín de color gris y vivos azules, y pañuelo blanco de seda cubriendo mal la desnuda garganta.

Bah, ¿qué quebraderos de cabeza quieres que tenga en esta aldea? respondió Cecilia poniéndose colorada, y retirando el rostro. Puedes tenerlo en Sarrió. ¿Y había de ser tan ingrato que no viniera a verme en los meses que hace que aquí estamos?... Ya te he dicho que yo me quedo para vestir santos añadió sonriendo. No puede ser eso replicó con calor el joven, ¡no puede ser!

Constituía esto uno de los atractivos de su persona, y yo, que he tenido ocasión de apreciar lo mismo sus altas cualidades que sus debilidades, no podría decir que pusiera demasiadas pretensiones en el modo de vestir, aunque de él hiciera verdadero estudio.