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Actualizado: 30 de septiembre de 2025
Había en él árboles, cosa rara en todo el contorno, y muchos pájaros en ellos, porque el arbolado los atrae y no los podrían hallar en otra parte; había también en él, orden y desorden, paseos enarenados que conducían a las verjas de entrada y que halagaban cierto afán que siempre tuve por los sitios en que puede uno discurrir con cierto aparato; paseos en los cuales las damas de otra época habrían podido desplegar sus vestidos de ceremonia; oscuros rincones, bosquecillos húmedos, apenas penetrados por el sol, en los cuales todo el año crecía el verdoso césped sobre la tierra esponjosa, lugares solitarios visitados sólo por mí, que ofrecían cierto aspecto de vejez y de abandono y estaban llenos de recuerdos.
El monstruo verdoso conservaba aún el armado testuz al otro lado del Marne, pero su cola empezaba á contraer los anillos con ondulaciones inquietas. Después de cerrar la noche continuó el repliegue de las tropas. El cañoneo parecía aproximarse. Algunos truenos sonaban tan inmediatos, que hacían temblar los vidrios de las ventanas.
Dos o tres grandes mechones de pelos de color gris verdoso caían a lo largo de sus sienes; un obscuro capuchón listado bajaba desde su cabeza a los hombros y le llegaba cerca de los codos. En una palabra, su fisonomía revelaba un carácter firme, tenaz, y poseía cierto aire indefinible, entre magnífico y triste, que inspiraba respeto y temor. ¿Es usted, Catalina? dijo Hullin muy sorprendido.
El primitivo color de las paredes desaparecía bajo una especie de moho verdoso producto de la humedad; el piso en vez de ser unido, estaba formado por una cantidad de baches y montículos que invitaban a los fieles a romperse la nuca y a aprovechar de su presencia en un sitio santificado, para subir más pronto al cielo; el altar estaba adornado con figuras de ángeles, pintadas por el carretero de la aldea quien se las echaba de artistas; dos o tres santos se contemplaban con sorpresa, admirados de verse tan feos.
El brazo seco y verdoso, que parecía interminable, se extendió ante él, sirviendo de sostén á un farol rojizo que empezó á balancearse.... Y sintiendo el empujón de una fuerza irresistible, el gancho marchó hacia su alojamiento, iluminado por la linterna danzante, que esparcía en torno un remolino de manchas sangrientas y fúnebres harapos. Entró en la casa, y la luz tras de él.
Nuevo golpe de piqueta ahondó la abertura, y una nubecilla cenicienta levantose como el humo en el aire. Uno de los obreros introdujo la mano y sacó un pequeño objeto de metal. Era una espuela, un acicate verdoso y roído.
Apareció a estribor la arboleda de una punta de muelle, con un edificio empavesado de banderas de señales. El agua tenía la suciedad de los espacios cerrados. Las espumas eran negruzcas. La proa del buque partía islotes de basura, que al abrirse enviaban sus fragmentos hasta los muelles. Sobre los maderos flotantes destacábanse el lomo verdoso y los ojos saltones de unas ranas enormes.
Allí le detuvieron dos muchachos que subían del río; le quitaron la codiciada prenda, y uno de ellos se la puso. Mirose en un charco verdoso, y estalló en risa.
Levantose y miró un momento hacia afuera. Una mujer, cubierta de un velo verdoso, bajaba de prisa por la cuesta; y la canción caía y se alejaba con ella graciosamente. Otra mañana, recogiendo leña por el contorno, descubrió al pie de un árbol una espada cubierta de herrumbre. Llevola a su escondrijo y frotola fuertemente con la arena humedecida.
Desnoyers vió soldados apeándose de un salto, todos vestidos de gris verdoso, con una funda del mismo tono cubriendo el casco puntiagudo. Uno de ellos, que marchaba delante, le puso su revólver en la frente. ¿Dónde están los franco-tiradores? preguntó. Estaba pálido, con una palidez de cólera, de venganza y de miedo. Le temblaban las mejillas á impulsos de la triple emoción.
Palabra del Dia
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