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Actualizado: 30 de septiembre de 2025


Para desterrarlos de un punto donde se hagan molestos no hay cosa mejor que el humo del tabaco, con el que se asfixian y mueren. Iguana, lagarto grande verdoso que abunda en los ríos: es inofensivo, excepto una variedad del río Grande, que es tan terrible como el caimán.

El agua cae en una fosa cavada en tierra; luego desborda y se aleja por las calles abajo formando charcos y remansos de légamo verdoso... En el siglo XVI había en Infantes tres fuentes: la de la Moraleja, la de la Muela y esta otra de la ancha plaza.

Descendieron á la ribera, y en el pequeño puerto de la isla del Huevo pasaron el tablón que servía de puente entre el muelle y una goleta pequeña de casco verdoso.

Para sus amigos era un lugar mágico, á causa de su decoración persa estilo Mil y una noches vistas desde Montmartre y de su iluminación de tubos de mercurio, que daba un tono verdoso á los salones, lo mismo que si estuviesen en el fondo del mar, y una lividez de ahogados á sus parroquianos. Dos orquestas se reemplazaban incesantemente en la tarea de poblar el aire de disparates rítmicos.

Era un hombre enorme, membrudo, con los pómulos salientes, la mandíbula cuadrada y fiera, el pelo recio e hirsuto invadiéndole la frente, y unos ojos profundos que, en ciertos momentos, brillaban con el resplandor verdoso de los felinos.

A la cabeza de la fila, dirigiendo las evoluciones de la danza y acompañándola con patadas y gritos, destacábase un joven altísimo y enjuto de carnes, con nariz aguileña, fino bigote y ojos ardientes. Se cubría con un caftán sucio y magnífico de seda roja bordada de oro. Estos bordados habían tomado con los años un empañamiento verdoso.

La luz cruda hacia resaltar todos los detalles de una belleza marchita: el rostro con leves arrugas en plena juventud, el círculo de palidez amarillenta en torno de los ojos, el rosa anémico de los labios, el tinte verdoso de la tez, que no habían conseguido borrar los extraordinarios cuidados de tocador de esta mañana.

Los vecinos cerraban puertas y ventanas al verme, y aunque la ciudad es grande, siempre me conocían en las calles y me insultaban. Un día, al entrar en casa, me recibió mi mujer como una loca. ¡La niña! ¡La niña!... La vi en la cama, con el rostro desencajado, verdoso, ¡ella tan bonita! y la lengua manchada de blanco.

Se arrodilló, inclinó la cabeza como si orase unos instantes, y luego, sus ojos claros, de un azul verdoso con reflejos de oro, paseáronse por el templo tranquilamente, como si estuviese en un teatro y examinase la concurrencia buscando caras conocidas.

Desde la barandilla del faro, el espectáculo es extraordinario; abajo, al mismo pie del promontorio, hay una sima con fondo de roca, y allí el agua, casi siempre inmóvil, poco agitada, es de un color sombrío; a lo lejos, el mar aparece azul verdoso; cerca del horizonte, de un tono de esmeralda.

Palabra del Dia

mármor

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