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Actualizado: 18 de junio de 2025
Apuesto que la causa de toda su indisposición ha sido alguna rabieta que ha tenido con D. Valentín. Pues te equivocas. Mi madre no ha tenido la menor rabieta con nadie en todo el día de ayer. Papá estuvo en el campo. Entonces se concibe que no rabiase con él. ¿Y contigo no rabió? Hace días que mi madre está dulcísima conmigo.
Esto no había de ser: era imposible... Nada que más repugne á mi conciencia; nada más contrario á mis principios; pero hay un justo medio... Delito es matar á quien ha ofendido... pero es vileza abrazarle. Sr. D. Valentín, V. no tiene sangre en las venas. Todo esto lo fué soltando, despacio y bajo, casi en el oído de D. Valentín, su tremenda esposa Doña Blanca.
Manso, pacífico, benigno, Valentín hubiera apurado un cáliz de hiel y veneno al oir mi revelación; no hubiera sido mi juez inexorable, sino hubiera acabado de ser mi víctima, y yo, réproba, llena de satánica soberbia, hubiera ahogado el manantial de la compasión y de la ternura con desdén, hasta con asco, de una resignación santa, que el demonio mismo me hubiera pintado como enervada flaqueza.
A prima noche, Quevedito y el otro médico hablaron á Torquemada en términos desconsoladores. Tenían poca ó ninguna esperanza, aunque no se atrevían á decir en absoluto que la habían perdido, y dejaban abierta la puerta á las reparaciones de la naturaleza y á la misericordia de Dios. Noche horrible fué aquélla. El pobre Valentín se abrasaba en invisible fuego.
Entró en su casa cerca de la una, sintiendo algún alivio en las congojas de su alma; se adormeció vestido, y á la mañana del día siguiente la fiebre de Valentín había remitido bastante. ¿Habría esperanzas? Los médicos no las daban sino muy vagas, y subordinando su fallo al recargo de la tarde.
¿Y quién es ese tío? Un señor marino que estuvo en la India y en el Perú, que dice que conoce á V., que hace poco ha venido á vivir á Villabermeja, y que anoche llegó aquí á pasar una temporada. Ese es el Comendador Mendoza dijo D. Valentín, con cierto júbilo de saber que había llegado un antiguo amigo. Justamente, papá, así se llama: el Comendador Mendoza; un señor muy fino, si bien algo raro.
Ya le he dicho á usted que tuviera mucho cuidado con este fenómeno del chico. ¡Tanto estudiar, tanto saber, un desarrollo cerebral disparatado! Lo que hay que hacer con Valentín es ponerle un cencerro al pescuezo, soltarle en el campo en medio de un ganado, y no traerle á Madrid hasta que esté bien bruto.» Torquemada odiaba el campo y no podía comprender que en él hubiese nada bueno.
Poco después se descuidó algo D. Valentín, alzó la voz demasiado al preguntar á Clara por su madre, y ésta exclamó desde la alcoba: ¡Qué pesadilla de hombre! Se ha propuesto no dejarme descansar. ¡Si parece que está hueco! Valentín, habla bajo y no me mates. D. Valentín salió entonces zapeado de la estancia en que se hallaban Clara y Lucía, y las dejó solas.
Don Valentín, tímido y pacífico, enamorado de su mujer en los primeros años de matrimonio, y lleno después de consideración hacia ella, no se atrevía á chistar en su presencia, si ella no le mandaba que hablase. Era D. Valentín un virtuoso caballero, pero débil y pusilánime. Había sido, por amor y respeto á su honra, un magistrado íntegro.
V. m., q. s. m. b., DIEGO DE SILVA VELÁZQUEZ S.r Diego Valentín Díaz. Partidas de defunción de Velázquez y de doña Juana Pacheco, su muger. Partida.
Palabra del Dia
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