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Actualizado: 18 de junio de 2025
Tenía D. Valentín cerca de sesenta años de edad, pero parecía mucho más viejo, porque no hay cosa que envejezca y arruine más el brío y la fortaleza de los hombres que esta servidumbre voluntaria y espantosa, á que por raro misterio de la voluntad se someten muchos, cediendo á la persistencia endemoniada de sus mujeres.
Salió de la alcoba; no se pasaron dos minutos sin que se la oyese gritar desde la puerta: Ya he escrito, Miguel. Ahí está la contestación. Alzó los ojos y vio a la misma Maximina, a quien Julia empujaba hacia la cama. Detrás vio asomar la cara del hombre-pez, o sea de D. Valentín, el ex-capitán del Rápido, quien hacía todo lo posible por ocultarse detrás de las jóvenes.
Hablando con franqueza, Don Diego de Pastrana queda muy por bajo de Valentín, en ser individual y propio. Lo que ocurre en el aquelarre, donde Mefistófeles lleva a Fausto para distraerle, sería en gran parte, no ya impertinente, sino también inconveniente, si el drama fuese sólo drama, y no drama y poema trascendental.
Y dicho esto, hizo Doña Blanca al Comendador una ceremoniosa y fría reverencia, y echó á andar con sosegada gravedad, siguiéndola D. Valentín y llevando delante á Clara. Don Fadrique pagó la reverencia con otra, se quedó algo atolondrado, y dijo entre dientes: Está visto: es menester acudir á otros medios.
Este hombre, que cruzaba por el mundo en zapatillas, fue el compañero constante de Miguel en sus excursiones marítimas. Claro está que hablaban poco, casi nada; pero nuestro joven había creído comprender por gestos, por gruñidos, más que por palabras, que era simpático a D. Valentín, lo cual podía achacarse a la afición que mostraba a la pesca.
Zapeado, pues, D. Valentín, Doña Blanca quedó sola en la alcoba, abismada, sin duda, en sus hondos y amargos pensamientos, y Clara y Lucía, casi al oído la una de la otra, hablaron así: ¿Qué ha dicho el médico, Clara? ¿Qué tiene tu madre? preguntó Lucía.
La niña hizo una señal afirmativa: la emoción la impedía hablar. Miguel estrechó con fuerza sus manos y las llevó al corazón. D. Valentín contemplaba atónito aquella escena. Julita, desde la puerta, exclamó sentenciosamente llevándose un dedo a la frente: ¡Y luego dirá mamá que aquí no hay más que viento! Aquella misma noche volvieron D. Valentín y su sobrina a Pasajes.
D. Valentín, á respetable distancia y sentado junto á una mesa, hace paciencias con una baraja. D. Casimiro habla con la señora de la casa y con su hija. Los lectores conocen ya á D. Casimiro, como si dijéramos de fama, de nombre y hasta de apodo, pues no ignoran que para D. Carlos, Lucía, Clara y el Comendador, era el viejo rabadán. Veamos ahora si logramos hacer su corporal retrato.
Y para el padre, ¡que golpe! ¡Porque figurémonos todos lo que sería D. Francisco cuando su hijo, ya hombre, empezase á figurar, á confundir á todos los sabios, á volver patas arriba la ciencia toda!... Torquemada sería en tal caso la segunda persona de la Humanidad: y sólo por la gloria de haber engendrado al gran matemático, sería cosa de plantarle en un trono. ¡Vaya un ingeniero que sería Valentín si viviese!
Padre Jacinto dijo el Comendador con aire de jubiloso triunfo , Clara es libre ya. No es menester que se case con D. Casimiro ni que sea monja. ¿Cómo es eso, hijo mío? He dado por ella una suma igual á todo el caudal de D. Valentín. ¿Á quién? Á D. Casimiro. La ha aceptado con una razón que promete callar; por un motivo secreto.
Palabra del Dia
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