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Actualizado: 18 de septiembre de 2025
Una mirada de Doña Blanca le confunde y aterra; una palabra de enojo de aquella terrible mujer hace que tiemble D. Valentín como un azogado. De suerte que Doña Blanca es quien ha decidido el casamiento de Clara con D. Casimiro. Sí, tío; en esa casa Doña Blanca es quien lo decide todo. Ella manda y los demás obedecen. No se atreven á respirar sin su licencia.
Después de tantas catástrofes, muerta la madre á fuerza de dormir, Valentín asesinado, y deshonrada ella públicamente por las cancioncillas del diablo-músico lacayo de su amigo y por el discurso moral de su hermano moribundo, poco tiene que perder y nada tiene que ocultar Margarita. No se comprende, pues, la determinación que toma de matar á su hijo, arrojándole al agua.
Confiesa y comulga todas las semanas, y oye misa siempre que puede. Yo la dejo mientras no falte a las obligaciones de casa, que como V. sabe, son lo primero. Pero para ser monja, D. Miguel, se necesita un dote, y nosotros no podemos dárselo. Valentín estaba empeñado en hacérselo de su bolsillo, pero yo me opongo. Cuando las cosas no se pueden, hay que resignarse.
El cuitado de D. Valentín no sabía qué hacer: andaba inquieto; bullía de un lado á otro, sin atreverse á entrar en la alcoba de su mujer para que no le despidiese á gritos, porque venía á turbar su reposo, y sin atreverse tampoco á no estar allí cerca para que su mujer no le acusase de indiferente, egoísta y desalmado, que no miraba con interés sus males, y ni siquiera preguntaba por su salud.
Durmió media hora, y, durante ella, soñó mil disparates: ahora se encontraba en un inmenso palacio deshabitado, donde cierta sombra, que vio cruzar, le causó un terror extraño, que jamás había sentido: ahora se iba a batir dentro de una iglesia con un hombre que no conocía, y que resultaba ser D. Valentín, el tío de Maximina, el cual, sin saber cómo, se convertía en gato y se arrojaba sobre él, clavándole las uñas al cuello: después se vio en medio del mar, flotando como una boya, a merced de las olas, sin esperanza de que nadie viniese a socorrerle.
Sigue bien de salud contestó Doña Clara; pero, entregada como nunca á sus devociones, apenas se deja ver de nadie. ¿Y el Sr. D. Valentín, está bueno? Gracias á Dios, lo está, dijo Clara. Se ha retirado ya de la magistratura añadió Lucía; ha heredado los cuantiosos bienes de su hermano el mayor, que murió sin hijos, y vive aquí, donde tiene su mejores fincas, de que Clarita es única heredera.
Varias veces salió á la calle y fué hasta el convento de Santo Domingo, aunque estaba lejos, á preguntar si el P. Jacinto había vuelto. El P. Jacinto no parecía en parte alguna. Á la caída de la tarde, estando D. Fadrique en su estancia, oyó pisadas de caballos que paraban cerca. Salió al balcón y vió apearse á D. Valentín, que volvía de la casería. Llegó la noche y no pareció el P. Jacinto.
Desde su asiento habló de mil cosas con animada y alegre conversación, resuelto á aguardar allí á que Don Casimiro se fuese y á que D. Valentín y Doña Clara despejasen, para hablar á solas con Doña Blanca. Doña Blanca adivinó la intención del fraile, entró en curiosidad, y pronto halló modo de despedir á D. Casimiro y de echar de la sala á D. Valentín y á Clarita.
Palabra del Dia
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