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Actualizado: 18 de junio de 2025


Resígnate, resígnate, y tengamos conformidad exclamó la hija, hecha un mar de lágrimas. No puedo, no me da la gana de resignarme. Esto es un robo.... Envidia, pura envidia. ¿Qué tiene que hacer Valentín en el cielo? Nada, digan lo que dijeren; pero nada.... Dios, ¡cuánta mentira, cuánto embuste!

Cuando saltó a bordo, el capitán le dijo con malos modos que hacía quince minutos que aguardaban por él: no le causó ningún efecto la reprensión. Subió al puente; en el momento de arrancar el buque, percibió en el balcón corrido de la casa de D. Valentín la figura de la niña.

Doña Blanca, antes de las seis, apareció en la calle con Clarita y don Valentín. Iban á misa á la Iglesia Mayor. Apenas los vió salir D. Fadrique, se acercó muy determinado, y saludando cortésmente con sombrero en mano, dijo: Beso á V. los pies, mi señora Doña Blanca. Dichosos los ojos que logran ver á V. y á su familia. Buenos días, amigo D. Valentín. Clarita, buenos días.

Apenas Lucía y su tío dejaron á Clara á la puerta de su casa, el tío preguntó á la sobrina: ¿Qué te ha dicho D. Carlos? ¿Qué ha de decir? Que está desesperado; que Clara le desdeña, que le rechaza, y que, por obedecer á su madre, se casará con D. Casimiro. Y D. Valentín, ¿qué hace? Nada. ¿Qué quiere V. que haga? Pues qué, ¿ignora V. que D. Valentín es un gurrumino?

La devota sumisión á su mujer añadía á dicha calidad de correcto una tintura de mansedumbre. Don Valentín había sido en su mocedad muy buen católico, pero sin fervor penitente y sin inclinaciones místicas y contemplativas. Ahora, por no desazonar á su mujer, se esforzaba por remedar á San Hilarión ó á San Pacomio.

En la época en que cae lo que voy á referir, Rufinita había cumplido los veintidós, y Valentín andaba al ras de los doce. Y para que se vea la buena estrella de aquel animal de D. Francisco, sus dos hijos eran, cada cual por su estilo, verdaderas joyas, ó como bendiciones de Dios que llovían sobre él para consolarle en su soledad.

Así se aseguraba Doña Blanca de que su hija, renunciando al mundo, renunciaría á los bienes de D. Valentín y no podría transmitirlos á nadie. Pero Doña Blanca no quería matar á su hija. Atormentábase previamente con el remordimiento de que fuera al claustro desesperada y herida de muerte.

La misma antigüedad le el presbítero D. Francisco Sanchez de Feria, hijo del conocido autor de la Palestra Sagrada, en su Descripcion moderna y antigua de la ciudad de Córdoba que posee m. s. é inédita nuestro erudito y bondadoso amigo el Sr. D. Valentin Carderera.

Doña Blanca se incorporó en la cama; miró con ojos extraviados á Lucía y á Clara y al fraile, y habló de esta manera: ¡Vete, Valentín! ¿Por qué quieres matarme con tu presencia? Mátame con un puñal... con una pistola.

Contigua á la alcoba del padre estaba la de los hijos, y en ésta el lecho de Valentín, que pasó la noche inquietísimo, sofocado, echando lumbre de su piel, los ojos atónitos y chispeantes, el habla insegura, las ideas desenhebradas, como cuentas de un rosario cuyo hilo se rompe.

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