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Actualizado: 18 de junio de 2025


Explicaré lo que esto significaba y á dónde iba con su cuerpo aquella tarde el desventurado Don Francisco. El día mismo en que cayó malo Valentín, recibió su padre carta de un antiguo y sacrificado cliente ó deudor suyo, pidiéndole préstamo con garantía de los muebles de la casa.

Crea usted, que lo que hubiera convenido y lo que todo esto hubiera merecido, es que nosotros hubiéramos imitado á Agatocles. ¿Y quién fué ese caballero? preguntó don Prudencio. Pues Agatocles contestó D. Valentín fué un célebre tirano de Siracusa, con quien se condujeron los cartagineses sobre poco más ó menos, como los yankees con nosotros.

También digo yo exclamó D. Valentín lo mismo que decía usted hace poco cuando me oyó hablar de la imitación de Agatocles: todo eso me parecería muy bien si para dejarme frío no acudiese á mi mente esta frase proverbial: que no puedes, llévame á cuestas. ¿Cómo quiere usted que paguen nada los cubanos libres?

Durante ellos se informó el Comendador, con el mayor secreto y diligencia, del valor exacto de todos los bienes de D. Valentín. Pasaban de cuatro millones de reales. Bastante se apesadumbró, no debemos ocultarlo, de que D. Valentín hubiese llegado á ser tan rico.

Seguro de la esmeradísima asistencia de Rufina, ninguna falta hacía el afligido padre junto al lecho de Valentín: al contrario, más bien era estorbo, pues si le asistiera, de fijo, en su turbación, equivocaría las medicinas, dándole á beber algo que acelerara su muerte.

La única dificultad que había que vencer era la de pasar á poder de D. Casimiro, de modo tan natural, que apartase toda sospecha, una suma de cuatro millones, y hacer valer y constar, como era justo, este sacrificio cerca de Doña Blanca, para que la terrible señora reconociese á su hija por libre de toda obligación y por apta para recibir, en su día, los bienes todos de D. Valentín, como devolución, y no como herencia.

Caía la tarde, y la obscuridad reinaba ya en torno del infeliz tacaño, cuando éste oyó claro y distinto el grito de pavo real que Valentín daba en el paroxismo de su altísima fiebre. «¡Y decían que estaba mejor!... Hijo de mi alma.... Nos han vendido, nos han engañadoRufina entró llorando en la estancia de la fiera, y le dijo: «¡Ay, papá, qué malito se ha puesto; pero qué malito!

Como quiera que fuese, Doña Blanca hacía tiempo que estaba harta de vivir. La única idea, el único propósito, el solo fin que en su vivir estimaba era el de cumplir un deber terrible: el evitar que su hija heredase á D. Valentín.

Valentín les miraba sin orgullo ni cortedad, inocente y dueño de si, como Cristo niño entre los doctores.

Doña Clara no hablaba á solas ni escribía á su amiga; por los criados nada podía averiguarse, porque los de Doña Blanca eran forasteros casi todos, y ó no tenían confianza en la casa, ó hacían una vida devota y apartada, imitando y complaciendo así á sus amos. Sólo podía afirmarse que la única persona que entraba de visita en casa de D. Valentín era su cercano pariente D. Casimiro.

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